miércoles, 28 de agosto de 2019

El sonido de los colores



Quizá hubiera pedido más, hubiera cogido a tiempo alguna llamada de teléfono, me hubiese atrevido más.

Hubiera ido hasta ese confín del mundo en el que seguro que estarías tú.

Hubiera dicho que sí a menos cosas y no a muchas otras.

Casi todo y casi nada al mismo tiempo.

No sé.

No hubiera nacido de saber que todo iba a ser tan difícilmente fácil.

Quién



Llevo días pensando en que quizá sería un buen momento (es un mal momento en general) de escribir esa novela que llevo tiempo queriendo hacer.

Al fin y al cabo he vuelto a retomar el hábito diario de escribir algo, lo que sea, a veces sin sentido. Otras, con toda la intención.

Creo que ha llegado el día en el que he de pensar en que no voy a salir vivo de ésta y que, tal vez, me queden menos años de los que creía que viviría.

No sé si la escribiré en primera o tercera persona, aunque creo que eso no tiene demasiada importancia. Siempre me he perdido en los detalles, como si lo periférico tuviera más importancia que lo esencial hasta llegar a ahogarlo.

No sabría decir hasta qué punto eso ha determinado mi vida y la dejado varada en este punto muerto en el que siento que estoy ahora.

Si pudiera vivir otra vida paralela a ésta, creo que hubiera modificado tantas cosas que, probablemente, viviría en otra parte del mundo, con otras personas distintas a las que tengo alrededor mío, pero si sólo tuviera una sola (ésta) cambiaría pocas cosas o ninguna. Y aunque esto es algo que he dicho muchas veces en este blog, ahora lo "siento" así más allá de lo imprescindiblemente intelectual.

martes, 27 de agosto de 2019

Song for...

Martes


Tercera persona



Llevo días en los que no puedo escribir.

A veces me ocurre. Tengo tantas ganas que las palabras se apelotonan y no saben pasar por el minúsculo agujero que debe ser la salida de mi imaginación. Hace tiempo que lo sé y me siento a esperar mientras hago otras cosas. Creo que, entre otras razones, es el motivo principal por el que nunca escribiré nada largo.

Cuando pasa el tiempo, las historias se pierden, dejan de tener sentido. Todo lo que se escribe tiene un halo de continuidad que no puede romperse por una serie de días. Creo que quince es el número exacto. Dos semanas y zas! ya nada de lo que escriba tiene ni interés ni importancia.

Con la vida me pasa lo contrario. Puedo esperar diez o quince años. No importa. Soy de retos largos y difíciles. Tengo paciencia. Sé que un día escribiré durante los días necesarios para acabar una historia, solo que para entonces ya nadie leerá libros porque poco a poco hemos ido acabando con la cultura de tener cosas en las manos que nos cuente historias. Ahora todo son noticias. Destellos fugaces de algo en lo que nunca profundizaremos.

Ya casi nada tendrá el tiempo necesario para desarrollarse y dejarse ir. Vivimos tiempos difíciles para lo que no sea inmediato. No sé si me llega a importar. Puede que, en el fondo, todo esto sólo sea una prueba para ver hasta dónde estamos dispuestos a arriesgar por lo que creemos que somos.

Me gustaría poder tener tiempo, pero no tengo tiempo para tener tiempo. Es una locura. A veces lo detendría todo pero no sé cómo hacerlo. O sí sé, pero no se me hace difícil tomar decisiones. No es fácil seguir adelante por inercia. Intuyo que parar y empezar de nuevo debe ser igual de difícil o más, así que, de momento, prefiero la inercia.

He de confesar que este verano he estado a punto de hacer uno de esos cambios en mi vida en los que uno pone patas arriba su vida y la de los demás. Para mí es fácil. No tengo lo que se suele llamar una existencia ordenada. Hace tiempo que elegí un camino solitario y sin demasiadas cosas ni personas a las que atarme.

Creo que la relación más larga que he tenido es este blog. Y a decir verdad me gusta. Espero que algún día una inteligencia artificial lo encuentre buscando en el hipertexto y lo ordene y lo convierta en una novela en tercera persona.

Si hubiera escrito en tercera persona hubiera sido escritor. Estoy convencido. Pero no sé. Lo he intentado varias veces, pero los personajes se caen por sí solos. Cuando estudié en la Escola d´escriptors de l´Ateneu Barcelonès inicié varias historias, pero sólo podía continuar las escritas en primera persona. Eso es algo que da fuerza a un texto, podrías contar como te pintas las uñas de los pies y parecería una aventura, supongo que por eso escribo como si esto fuera un diario.

Ya casi nunca me releo. Me duele hacerlo. Es como estar en ninguna parte. Saber que estás pero no ahí, si no que eso es lo que podrías haber sido si hubieras decidido ir a por eso en lugar de a por lo que has ido.

A los cincuenta te pasa que te planteas si has hecho realmente lo que has querido en la vida, con la sensación de que no tienes tiempo para casi nada más. Ni salud ni fuerzas. Ya no están los que estuvieron siempre o te preparas para que dejen de estarlo. Es una maldita lucha silenciosa en la que el único que sale herido es el que está ahí.

A veces conectas con otra persona en la distancia. Te dejas llevar por un sentimiento próximo a renacer.

Crear expectativas. Renunciar a ello es lo que nos convierte en adultos.

Lo normal es que suelan renunciar a ti.

Aunque insistas.

Ayer una pareja de ancianos me contaron cómo él estuvo un año detrás de ella sin que ella le hiciera caso. Llevan más de sesenta años juntos. El tiempo es la medida de las intensidades de la vida.

Hay una brújula en algún lugar que señala hacia un lugar y una persona.

Me gustaría saber si alguna vez señaló en su dirección y yo no supe interpretar la cartografía de las líneas de su cuerpo y me perdí en el camino.

A veces creo que no estoy a tiempo de averiguarlo y otras es lo único en lo que pienso en todo el día.

lunes, 26 de agosto de 2019

Momentos que por alguna extraña razón me llevan a pensar en ti



Y cuando me despierto en medio de la noche, y cuando estoy parado en un semáforo, cuando tengo cien kilómetros por delante, y es verano, y es invierno. Y cae la lluvia (sobre todo entonces), cuando tengo que atravesar un bosque para llegar a otra parte donde hay una orilla.

Y cuando hay mar, y cuando llega viento del Norte (sí, con mayúscula, el gran Norte), y cuando voy por carreteras de más de dos carriles por sentido, y cuando hay una banda sonora de una película de alguien que emprende un viaje.

jueves, 22 de agosto de 2019

A tiempo completo


Sin tiempo para tener tiempo.

Relámpagos,  flashes de fotos en la oscuridad hechos de luciérnagas. Hay sonrisas que son así. Un destello reflejado en una en el iris de una noche tibia después de unas cuantas cervezas.

Luego ocurre todo.

El vértigo.

El principio de algo que un día acabará como acaban casi todas las cosas que acaban en huella.

Cicatrices que son como un tatuaje y que sólo ser borran a base de supernovas estallando en mil pedazo a mil millones de años luz para que todo vuelva a comenzar.

Otras cervezas frías en otras tibias noches de verano.

La ilógica lógica de lo que nos conviene frente al ardor en la sangre que nos destruye por dentro.

El deseo y los cuerpos.

No existe el amor más que para los alquimistas.

No un lugar a donde ir sino es adentro (de lo que sea, de quien sea)

A veces me gustaría tenerte tan cerca que se formaran arcos voltáicos entre nosotros.

Entonces recuerdo que somos luces que se apagan en los extremos de un hilo de tela de araña por el que viaja información sin masa.

Que todo es una quimera.

Esta tarde cojo un vuelo, en el que sin saberlo, viajas conmigo.

miércoles, 21 de agosto de 2019

El Universo que nos queda


Escribo esto tarde. Hay una nube negra a mano izquierda según miras hacia las montañas y puede que llueva. No me gusta esta época del año. Nunca sabes hasta cuando va a durar el buen tiempo.

Me gustaría poder escribir algo que tuviera sentido. Una historia corta. Una novela de trescientas páginas, pero creo que esa época ya murió y no volverá. En cierta forma somos la última generación de una civilización que nos dejará muy atrás, olvidados en un rincón en cinco o diez años. El mundo no agoniza sólo por el aumento de la temperatura o los plásticos en el agua. Creo que a la Humanidad se le han acabado los argumentos para seguir sintiendo las cosas. Es como si poco a poco nos sustituyera una forma de vida más pragmática donde no caben los tiempos muertos.

Me da la sensación de que estamos en el lado equivocado del mundo del futuro, cuando estábamos en el lugar adecuado de los últimos años.

La tiranía se lo inmediato y lo racional va dar paso a las creencias alocadas. Cada vez oigo a más gente discutir de viajes en el tiempo y física cuántica y menos de cómo organizarnos. Estamos desmembrados, tenía que ocurrir.

Supongo que aún daremos guerra durante un tiempo. Nuestra generación que superó a los hippies y a los yuppies, está en bancarrota de sentimientos, el mundo que creíamos que iba a durar para siempre ni siquiera ha tenido la decencia de terminarse, ha ido cambiando a golpe de Amazon y de booking.

A veces me siento pequeño. Y eso con suerte. Otras simplemente soy insignificante.

Mañana tengo una reunión con el inversor americano. Volveremos a hablar y hablar, las cosas se irán para más adelante. Hablaremos de sensores y de datos, de 5G y de la industria del control del agua. El oro del siglo XXI (el agua) con el petróleo del siglo XXI (los datos).

He creado una tecnología que en malas manos puede generar algo grande. En buenas manos.

Pero yo soy insignificante, recordémoslo.

Una gota en el océano de esta nueva civilización a la que tendemos. Creo que supe verlo llegar, como si una alarma me hubiera despertado en medio de la noche y me hubiera avisado, corre huye a las montañas que llega el tsunami.

Reconozco que vivo en estado permanente de alerta

A veces bajo la guardia y vuelvo al que a veces suelo ser en este blog. Sólo lo hago a veces.

Luego regreso a mis montañas y veo como se acerca la gran ola.

Y me sorprendo de que siga siendo tan ingenuo.

No hay un lugar suficientemente alto para huir de eso.

Nunca hay un lugar suficientemente lejos para poder estar solo.

Quizá por eso me gustó tanto Las Vegas. No por su cielo inmenso ni por sus carreteras de ocho carriles, ni por las luces, ni por la ostentación, si no porque nadie me molestaba en mi soledad. Cuando cruzaba el vestíbulo del hotel, lleno de máquinas de Slot nadie se fijaba en mí. Era anónimo, no insignificante.

Y para eso hay que encontrarse delante de lo inmenso.

Como yo contigo.

martes, 20 de agosto de 2019

Ni un millón de universos bastarían


Estuve pensando todo el día qué escribir. Últimamente no se me da demasiado bien pensar, pero qué le vamos a hacer, hace ya mucho tiempo que me di cuenta que a pesar de todo, el mundo es de los que actúan.

Tenía pensado escribirte algo, pero no creo que tenga el derecho a hacerlo, al fin y al cabo esto es sólo un blog y no nos conocemos. De verdad que me hubiera gustado escribir algo que valiese la pena ser leído, pero ¿quién soy yo? Un oportunista al otro lado de una mil millonésima parte del Universo, otro puñado de átomos que cree ser un cuerpo y que no encuentra un motivo real para seguir con la ilusión de estar vivo, aunque lleve años buscando.

A veces me pregunto qué seríamos si nuestros átomos no configuraran un ser; si en realidad fuéramos una maraña de átomos desunidos que pudieran estar en cualquier otra parte, sin estar cerca unos de otros, mil billones de átomos desperdigados por el infinito con la conciencia de cada uno de ellos en cualquier parte del Universo.

Dicen que lo primero que reconocemos después de la voz, cuando abrimos los ojos por primera vez son otros ojos, en este caso los de nuestra madre. Creo que cuando abrí los míos y me topé con los suyos debí pensar que vivir iba a ser una bella experiencia. Hasta que nació mi sobrino, mi madre tenía los ojos más bonitos que había visto nunca. En algún lugar leí que sólo el 2% de la Humanidad tenemos los ojos verdes y que es una mutación al mezclarse ojos azules con otros marrones.

Me pregunto si toda la miasma de partículas subatómicas que conforma la raza humana es consciente de la belleza que hay en unos ojos que miran y de otros que sostienen esa mirada. Supongo que pienso eso porque al abrir los ojos por primera vez se me hizo un vacío que sé que nunca podré llenar. Ahora que mi madre es una anciana y se ha dejado de teñir el pelo, estoy convencido de que mi padre imaginó así a mi madre, tal como es ahora, y quiso envejecer a su lado.

Hace tiempo, cuando quise escribir aquella novela que nunca escribí, uno de los inicios decía algo como que cuando mi abuelo, un paliducho (casi albino) muchacho se encontró con la mirada oscura y racial de mi abuela ya nunca pudo ser el mismo. Entonces, en su pueblo los rubios de ojos claros eran considerados débiles y enfermizos, malos para trabajar en las duras condiciones del invierno y peor aún en las del verano.

Siempre he pensado que cuando aquel pedazo de mujer que debió de ser mi abuela vio algo que nadie más vio en el azul de la mirada que sostenía la suya, todo el universo se detuvo una micronésima de millonésima de segundo y entonces el inexorable devenir del tiempo, al volverse a poner en marcha, susurró a todos los átomos de todos los seres vivos primero, y luego a todas partículas que componían las cosas conocidas y luego a las desconocidas que el principal objetivo a partir de ese instante era que esas dos personas acabaran deseando envejecer juntas, algo que, al fin y al cabo, ocurre pocas veces, no al menos a este lado, en esta orilla del tiempo.

 Imagino que la genética hizo el resto y, entre otras cosas, que yo no pudiera escribir sin imaginar todo eso de los átomos danzando como locos hasta que reciben una señal inequívoca que los convoca a conseguir que un destino se alcance.

Me hubiera gustado sentir algo así como lo que sueño que les pasó a dos seres desconocidos que abrieron la brecha en el espacio-tiempo para que yo pasara de una probabilidad remota a esta masa aparentemente sólida que soy, con algún que otro átomo perdido en millones de otros cuerpos, vagando por la vía láctea, quizá gemelo de otro átomo en un universo paralelo.

En cualquier caso, embaucador o no, nunca seré mejor que lo que cuento, nunca podré forjar nada que tenga más valor que esas miradas que al cruzarse detienen el curso del tiempo y generan otro universo donde las probabilidades nacen de ello.

Podría decir que me hubiera gustado no haber escrito este post, al fin y al cabo, no creo que el color defina nada, ni que lo raro sea extraordinario. Me limito a hablar en voz alta. A esta edad sólo pretendo seguir teniendo posibilidades de cambiar un pedacito de mundo, tal vez, viajar un poco más, vivir en algunos escenarios de mis películas favoritas, entender las novelas que leo, encontrar a Kitty Wu o que ella me encuentre a mí, aunque no sea para envejecer juntos.

Mi abuela murió antes de envejecer y mi abuelo nunca más quiso a nadie más. Se volvió solitario y gruñón. Cuando yo nací era ya algo mayor y apenas pude hablar con él, si bien me contaba historias cuando algún catarro o algún dolor lo dejaba en casa.

Tenían razón los que decían que la gente de tez demasiado blanca eran débiles y enfermizos. Sólo mi madre heredó sus rasgos, ninguna de sus hermanas lo hicieron. A veces mi madre dice que mi sobrino se parece a su bisabuelo. Y es cierto que siento afinidad con él. Me gusta trabajar codo con codo. Supongo que más allá de todo esto también llevamos un gen del carácter que nos hace ser un poco como somos.

No pararía de escribir. En el fondo cada letra viene a ser como ese átomo que se desplaza de donde estoy a donde estás tú, que el don de la comunicación no es otro que el de que parte de lo que soy ahora es parte de ti.

Hasta que los días lo diluyan y otras palabras sustituyan a esto que lees.

Hasta que poco a poco, a base de leernos, envejezcamos juntos de otra forma, una en la que párrafos de lo que he leído de ti sean parte de mi y viceversa.

Sabiendo que en otro universo paralelo llamaste y yo cogí el teléfono, y ahí quedó todo; o ahí empezó todo: un enjambre de órbitas, valencias, núcleos, y electrones, y electrones, y más electrones deteniendo un instante el Universo e impulsándolo de nuevo.

Con miedo a que el Universo correcto sea el de al lado.

Con la certeza de que dentro de las infinitas posibilidades puede que haya una mejor, pero no la nuestra.




lunes, 19 de agosto de 2019

Paris, Texas



Agosto siempre me recuerda a luciérnagas, a cuando el tiempo tenía un significado, a noches en terrazas con amigos, a olor a tierra después de la tormenta, a la  piel de gallina de cuando llega el primer frío y te pilla de improvisto, pero sobre todo, agosto me recuerda a ti.

A los silencios.

A no saber dónde has ido.

No sé si te gustará esta canción, pero en parte me recuerda a ti. Me gusta la fotografía de París, Texas. Los cielos abiertos, las carreteras infinitas, la imperfección de un mundo que es imperfecto.

A veces pienso que vivo dentro de esas partes de las novelas en las que no se cuenta casi nada, sólo anécdotas para rellenar páginas, contextos históricos, subtramas que acaban siendo parte de lo que se debe saber para comprender el todo.

De todo lo que creo que me he perdido en esta vida es haber hecho un road trip contigo.

Agosto es mi peor mes. Siempre acabo melancólico.

De todas formas, en septiembre todo empieza de nuevo.

Me hubiera gustado escribir algo con más sentido que esto, pero supongo que me suele pasar eso, que casi nunca soy capaz de expresar del todo lo que me gustaría.



Y sí. Sigo escribiendo porque me lees

miércoles, 14 de agosto de 2019

Sólo existimos cuando alguien nos observa, por eso inventamos la conciencia: para existir al observarnos a nosotros mismos. Vamos, un absurdo.



Dicen que si no os habéis besado en la tercera cita que tienes con alguien ya nunca lo haréis, que todo lo que pasa desde entonces entra en una bruma que hace que las cosas sean del todo imprecisas, dadas a malinterpretaciones. A mí estas cosas siempre me vinieron grandes, entiendo que el amor es un naufragio del que sobrevives apenas si aguantas en la superficie respirando. Nunca pude ganar contra el océano. Es un hecho. Podría decir que no me importa, pero bueno, eso sería mentir y hace tiempo que intento no mentirme a mí mismo. 

He de decir que, al menos, llevo bien esta etapa que dura más de nueve años y que en parte me compensa. No se muy bien el qué, pero al menos me tranquiliza saber que al menos mantengo una inestable estabilidad, a sabiendas que dentro del teorema que implica a dos personas las largas distancias son las más cómodas. No voy a negar que durante unos días volví a tener alguna mariposa revoloteándome el estómago, pero resultó que, como suele pasar, uno es, en realidad una opción entre tantas. En realidad, entre tanta oferta y demanda, no dejamos de ser una posibilidad, y como la paradoja del gato de schrödinger, nos enamoramos y no nos enamoramos al mismo tiempo de una persona que está y no está también al mismo tiempo en la caja de nuestro yo interior.

En cualquier caso, esta vez ha sido distinta a los últimos años, porque por un momento pensé que le interesaba a alguien y, bueno, aunque sea sólo para mantener viva la mini-llama de eso que ahora llaman autoestima, me sirvió para sentir perplejidad y cierta alegría de estar vivo, algo de lo que no ando muy sobrado. Pero de eso, precisamente, no me quejo. Tengo claro que mi reto, mi misión en la vida, está ligado a poder llevar agua segura a quien lo necesite y en ello sigo, me apasiona lo que hago y me levanto temprano por las mañanas con una ilusión incomprensible si vemos los resultados a día de hoy.

Pero eso no quita que de vez en cuando a uno le siente bien que le hagan entender que no es del todo invisible.

Que en el cúmulo de galaxias del universo, entre billones de billones de estrellas, un telescopio se fijó en la mía durante un instante, antes de pasar a otra, porque todos somos exploradores y la vida es demasiado corta, y todos tenemos un lugar en el mundo en cuya parcela siempre crece algo distinto al de las otras, algo extraordinario que nadie más posee y que nos hace únicos aunque sea sólo durante el instante en el que otro nos mira.

martes, 13 de agosto de 2019

Las perseidas sólo son polvo de estrellas



Todo en la vida acaba por acabarse.

Incluso antes de que empiece.

El universo es un lugar inhóspito y extraño. Sólo deseamos lo que no tenemos.

jueves, 8 de agosto de 2019

Tiempo



Llevo años obsesionado con el tiempo. No cómo pasa el tiempo, sino sobre la naturaleza de éste. Dimensiones paralelas en tiempos que no transcurren al unísono...

Y entonces me llama él. Y yo voy. Y me explica que el tiempo es algo así como yo intuía que era.

Y me dice que el agua es la clave del tiempo.

Dentro de mí ya lo sabía.

Hay cosas que se saben, no importa la distancia ni lo lejos que estén en el tiempo.

Mañana veo a un viejo amigo. Agosto siempre es mes de reencuentros.

El último deseo



Ahora ya sé que las cosas nunca suceden como a uno le gustaría; que aunque el tiempo sea una espiral se mueve en círculos inalcanzables como las órbitas de ciertos cometas que sólo nos visitan cada muchos años. Nunca hay segundas oportunidades, a veces la vida es un match ball que ganas o pierdes. Todo instante es único y pasajero.

Si volviera atrás y me encontrara en ese punto en el que nos encontramos un verano de hace mil cometas, sabiendo lo que sé ahora; habiendo vivido lo que he vivido; estando en el lugar en el que estoy, creo que hubiera hecho lo mismo que hice.

Puede que la vida no dé una segunda oportunidad, pero ahora sé que da una primera oportunidad varias veces, incluso con la misma persona.

Cuando A. se fue ya sabía que el amor de mi vida no había sido ella.

El amor de la vida de alguien es aquella persona con la que volverías a intentarlo tantas veces como estrellas hay en el universo.

Hasta encontrar la buena.

Todo lo demás es ir sobreviviendo.

Ahora, que voy envejeciendo, que sé que la vida entra en modo reflexión sin avisar, que me duele algún hueso cuando va a cambiar el tiempo, puedo decir que cuando no pienso en nada acabo pensando en ti.


Y pasarán otros diez mil años y nos reencarnaremos en otra humanidad a bordo de naves espaciales rumbo a otros planetas; y eso que soy, lo infinitamente minúsculo e invisible que ahora sé que soy seguirá echando de menos lo diminutamente eterno y etéreo que eres tú.

miércoles, 7 de agosto de 2019

El destino es una patada hacia adelante. Cuanto más fuerte le pegas más tardas en llegar a él.


La chica de lo infinitamente minúsculo (e invisible) sigue organizando encuentros. No sabría explicar el porqué de esa confluencia. En verdad creo que no tengo nada interesante que aportar aparte de los artilugios que invento... y eso que ya todo está inventado. He llegado a este punto del camino con un serio problema de cansancio, pero no importa. Hace tiempo que supe que esto, en realidad, era una carrera de fondo y que pasara lo que pasara, no abandonaría.

Antes de ayer vino el director de operaciones de una compañía de mi sector a ver nuestro último invento. Salió diciéndome que le pidiera lo que quisiera, que llevaba años intentando conseguir lo que yo he conseguido en unos pocos meses. La verdad es que no sabía qué decir ni qué hacer. Le dije que sí y salió por la puerta. Aún no sé a qué le dije que sí.

A veces pienso que lo ideal sería ir despacio, pero entonces me doy cuenta de la edad que tengo y los años que le he dedicado a todo esto y pienso que ha llegado el momento. Y en eso ya no tengo paciencia.

Hace días, desde que A. volvió a ese lugar en la otra parte del mundo que no acabo de encontrar mi sitio. Hay cosas que debería estar haciendo y no hago y al revés.

Sospecho que la aparición de la chica de lo infinitamente minúsculo (e invisible) es algo así como la posibilidad de abrir una puerta a lo desconocido.

Al mismo tiempo empiezo a pensar que existe un plan predeterminado en el que yo no acabo de encajar del todo.



Ayer vino a verme el director general (y propietario) de una compañía de esas que participa en las conferencias de apple, samsung y todos esas cosas de grandes corporaciones porque estaba interesado en mi tecnología. Estas cosas me sobrepasan

A estas horas algún pez gordo de alguno de estos mosntruos estará oyendo hablar de lo de potabilizar agua conectando un teléfono.

Sospecho que no será inmediato.

Nada es rápido.

A veces me gustaría que todo sucediera con la velocidad de la luz.

Pero es tiempo de reflexión.

Me gustaría que todo acabara bien y que mis padres lo vieran.

Acabo de recibir un correo suyo... dice estar entusiasmado. Me gustaría decirle que esperaré su oferta, pero no sé si podré aguantar hasta entonces.

Todo se acelera.

Creo que la chica de lo infinitamente minúsculo (e invisible) es como un talismán.

viernes, 2 de agosto de 2019

El fin



Hace días que A volvió a ese otro punto del planeta desde el que vino a Barcelona. Sigo sin saber si es verdad que vive allí. No me contó casi nada de su vida de ahora aunque intuí cosas en los silencios. Uno sabe lo que calla otro sólo con entender que la distancia entre lo que sabe y lo que desea saber es precisamente donde está lo que el otro no quiere contar. Y eso es la base del respeto, lo que evita prejuzgar, ni siquiera ante las evidencias. Probablemente A estaba casada o vivía con alguien desde hacía mucho tiempo y eso, en realidad, no importa.

Nos vimos trece veces en el mes en el que estuvo aquí. Las calles seguían recordando lo nuestro, volvimos a locales que ya no existían y nos dimos cuenta que la ciudad no nos había echado de menos, ninguna ciudad del mundo añora su pasado tanto como lo hacen sus habitantes que la abandonan y al hacerlo, en gran parte, lo hacen para expiar un pecado imaginario; el de traicionar a sus ancestros, abandonar lo invisible, lo que te liga a un lugar, desatarte de lo que te ata.

Lo que empezó con un inocente café acabó siendo una segunda parte acelerada de otra época en la que aún no habíamos sucumbido a la costumbre de preguntarnos a nosotros mismos si los demás nos verían como nos vemos delante de un espejo.

Partimos la realidad por la mitad para sólo juntar las dos partes la noche antes de que cogiera un avión de vuelta. Uno se engaña si cree que no puede verlo todo en su conjunto. Somos conciencia infinita. Una minúscula parte de esa gran reacción electroquímica que es la vida.

Al día siguiente todo encajó de nuevo, pero de otra forma. Como si al desmontar un puzzle y volverlo a montar hubiera otra imagen distinta a la anterior.

Y la vida continuó con el mismo silencio.

¡Pues claro que cometí el error de enviarle un mensaje!.

Y por supuesto que nunca recibí respuesta.

Ahora es igual que antes, solo que acepté no obtener respuestas. A veces sólo se trata de eso: de renunciar a buscar tener razón.

Sólo se deja de buscar cuando se tiene la certeza de que algo ya nunca volverá.

Eso es todo.

Creo que toda esta mierda de estar vivo se reduce a tener demasiadas expectativas. A encontrar un lugar en el que te dejen suficientemente en paz. No creo que eso suceda nunca.



Algo se borró y bueno, no quedó escrito. Creo en lo invisible, en aquello que el gran guión de la vida prepara en forma de errores.

Por ese error, ella; la chica de lo infinitamente minúsculo nunca existió. Sus frases quedaron suspendidas en algún lugar del que ya no pueden volver de la misma forma ni sentido.

Me pregunto si en otro universo paralelo este post acabó siendo subido entero y si alguna vez la chica de lo infinitamente minúsculo lo leyó.

En cualquier caso, supongo que será para bien.

Todo, en el fondo, es aprender hasta llegar al otro lado de la conciencia.

Estos días son un poco así: reflexión, reflexión, reflexión.

No sé si saldrá algo que merezca la pena.

La realidad es complicada.