miércoles, 29 de enero de 2020

Normal



Me dice un buen amigo escritor que debería dejar lo que hago y ponerme a escribir esa novela que llevo tanto tiempo aplazando, como si eso fuera fácil. Como si yo escribiera bien o pudiera crear algo que mereciese la pena.

Si me hubieran preguntado de pequeño qué me gustaría ser, hubiera contestado sin pensarlo que escritor. Creo que ya lo he explicado alguna que otra vez en el blog, pero Julio Verne era para mí, una especie de semi-dios, porque era capaz de combinar aventuras con avances tecnológicos en sus novelas. De todos las infinitas probabilidades que tenía entonces, hubiera escogido esa, la de hablar sobre un mundo mejor, ciencia-ficción, lugares lejanos... aventuras, centros tecnológicos, hacerme amigo de científicos, visitar ferias de inventores, viajar por medio mundo... vamos, que podría decirse que soy lo que aspiraba a ser un hombre de finales del siglo XIX.

Técnicamente he cumplido mis sueños de niño. Mi vida es la que quería que fuese cuando pasaba horas leyendo a Stevenson, pero sobre todo a Julio Verne durante todas aquellas tardes y noches de mi infancia. Claro que solían ser hombres solteros y sin hijos a edad avanzada, pero siempre tenían un sobrino que era del que se enamoraba la chica y eso también parece ser que se ha cumplido.

Me imagino que dentro de mi realidad he vivido en uno de los universos probables que más se acerca, dentro de mis posibilidades, a la que hubiera querido entonces.

A veces, cuando de vez en cuando, me envían esos vídeos de "tú eres el dueño de tu destino" o "el poder de la mente subconsciente" o "visualiza y conseguirás" que ahora están tan de moda en mi entorno, pienso que son ganas de querer cambiar las cosas sin el esfuerzo necesario para transformar tu realidad, ya sea estudiando o tratando de mejorar cualidades personales, pero he de confesar que, después de descubrir que mi realidad tiene que ver con lo que, probablemente, imaginaba de niño, no sé  qué pensar.

Confieso que en los últimos años he intentado indagar sobre ello y, como muchos otros, he intentado "cambiar" mi futuro inmediato con técnicas difícilmente explicables. También he de decir que las coincidencias entre lo que he deseado y lo que ha ocurrido me ha llevado a plantearme si no existirá una fuerza universal que pueda aliarse con nuestros deseos.

Me pregunto qué más deseo el niño y el adolescente, el joven y el adulto que he sido y fui. Y en qué momento se rompe la cadena del deseo, o cuán infelices somos al conquistar nuestros deseos, o qué responsabilidades comporta todo eso, si no hubiera sido más fácil no haber deseado nada o querer sólo ser lo más feliz que pudiera.

Aquella infancia aislada con libros, imaginar mundos, el ir al colegio sin saber muy bien para qué, el tener la sensación de ser más adulto que el resto, la desproporción entre lo que soy y lo que aparento ser, el sentirme extraño y el ser tan normal como saben ser los niños que intentar interpretar un papel que no les corresponde y no atinan a encontrar el tono y medida adecuadas para no sobreactuar.

Mi adolescencia de borracheras y accidentes.

Mi juventud de borracheras y accidentes más graves.

El corazón roto y recompuesto y vuelto a romper, y recompuesto de nuevo y roto otra vez hasta cansarse.

Querer ser alguien y seguir años después en la brecha.

Querer ser nadie.

Andar a pedradas con la luna y llamar a las cosas por su infinito número de nombres que las nombran.

Me pregunto qué querría ser ahora, qué cosa o persona querría ser si pudiera conseguir ser lo que quisiera con sólo imaginarlo, qué tendría mi vida, con quién me gustaría pasar los años de vida que me quedan.

Si cuando me pregunto si valió la pena digo que sí sin dudarlo, si llegar hasta aquí es un sueño hecho realidad, ahora ¿qué?



domingo, 26 de enero de 2020

Si el tiempo fuera una ilusión



He encontrado fotos mías de hace veinticinco años. Qué raro todo. Qué tonterías hacía delante de una cámara. Cómo ha cambiado el mundo, Cómo he cambiado yo. Dios mío. Qué ha pasado desde ese entonces. En ese universo de infinitas posibilidades que tenía por delante ¿por qué elegí el camino que estoy transitando?

¿Qué le diría a él si pudiera viajar en el tiempo? No sé, sinceramente. Creo que sería algo así como "no tengas tantos complejos" o "cambia de peinado"o "no te rindas".

Porque si comparo lo que soy con ese que tenía casi todo por delante, no puedo dejar de pensar que en algún momento me rendí frente a una vida que no tenía sentido. Supongo que entonces tenía veinticinco años y cincuenta por delante. Ahora es al revés y tengo la sensación de que he desperdiciado un millón de kilómetros en no llegar a ninguna parte.

Puede que la vida tenga algo de eso: de no tener sentido y no encontrárselo aunque lo busques.

Fue como ver un episodio de Friends. Y yo era un poco como Chendler. El gracioso y el que probablemente se iba a comer el mundo y al final se quedó en nada por su propia neurosis.

El jueves me llamaron para pedirme una cantidad insana de equipos para África. También supe que la semana que viene tendré una reunión con Cruz Roja, parece que esto empieza a funcionar después de tantos años de obcecada terquedad. Ahora sí. Lo sé.

El jueves, mientras todo esto sucedía, un conocido, un buen hombre, con el que había estudiado y con el que no hace mucho había vuelto a encontrarme en un proyecto, murió a causa de las lluvias cuando su coche se lo llevó la corriente. Sigo sin creérmelo.

Vivimos siempre entre la felicidad y la tragedia, a merced de un azar inapelable. Todo lo que vamos a vivir es fruto de un control descontrolado, un querer y un si dejan las circunstancias, miles de planes B dispuestos a ser necesitados en cualquier momento.

Hojas en el viento.

Eso es lo que somos.

La bolsa de plástico bailando en el remolino en la escena de American Beauty.

El hilo de tela de araña que era verdad que unía tu aldea a la mía, pero con otras personas a cada lado.

Otro lugar en el mundo en el que vivimos porque escogimos otra vida y otro destino, que nos llevó sin nosotros quererlo.

Meses después de aquella foto tuve un accidente de tráfico en el que pude haber muerto. A veces creo que me quedé allí y que otro ocupó mi lugar, que alguien dijo que él iba a hacerse cargo de mi vida. Como si hubiera un yo del futuro que se impone al resto de futuros posibles y te maneja como una marioneta.

Como si vivir fuera ir descartando finales.


lunes, 20 de enero de 2020

La belleza de la no belleza



Los japoneses tienen un nombre para las cosas rotas que se arreglan, sobre todo para las piezas cerámicas. Las unen para que se vea la grieta y la pintan con pinturas que le dan una belleza extrañamente entrañable. Wabi Sabi. La belleza de la imperfección.

Creo que a lo largo de mi vida he sido propenso a apostar por cosas y personajes con cicatrices. Toda historia que merezca la pena amarla tiene un conflicto del que se sale vivo pero sin ser la misma persona de antes de ello. Y a mí me gusta compartir eso, sea lo que sea ese eso. Puede que esté desperdiciando mi vida en buscar lo que no me pertenece, pero soy así. Me gustaría no serlo, creo que le llaman PAS, pero es lo que hay. No voy a cambiar hacia algo que creo peor.

Respecto al Wabi Sabi... supongo que la vida es un poco eso. Reconstruir lo que se rompe tratando de que quede lo más estético posible.

Que si se nota porque no hay más remedio, el otro sepa que se hizo con minuciosidad de relojero. Que cuando no se tiene nada, y sólo quedas tú, tu valor es lo que puedes hacer con lo que eres.

La vida cuesta, pero a veces la belleza te sorprende.

Y lo roto también es bello.

Incluso lo que se rompe sin saber por qué y no tiene explicación.

Todo se puede arreglar dejando un trazo único e irrepetible que nos conmueva