viernes, 26 de febrero de 2010

Sueños

Tengo sueño, me muero de sueño, se me cierran los ojos, me he contagiado de esta noche tibia, me duermo, triste y sin sentido, pensando en que nada de lo que planeo o hago acaba por salir bien. De nuevo me voy frustrado a la cama, con la certeza de que mañana será un día mejor que éste.

martes, 23 de febrero de 2010

25 años


Me llama esta mañana. Me dice "soy Ana M..." Me quedo de piedra, le hago repetir su nombre aunque, sin reconocerle la voz, por su nombre sólo puede ser ella. Recuerdo que hace más o menos 25 años esperaba esa llamada, una llamada que nunca llegó. No llegó a ser ni siquiera un plantón. Simplemente no llegó a prometerme que me llamaría. Mi imaginación se lo llevó todo hacia un rincón, a un archivador en el lugar más oscuro que se llenó de polvo (hasta esta mañana). Fue mi primer amor platónico de la adolencencia.

Hace dos meses me la encontré en una reunión de la Unió Empresarial. Nos dimos las tarjetas. Para el día 26 de marzo se está organizando una cena de ex-alumnos y como ella tenía mi tarjeta pensó en avisarme. Esas casualidades de la vida.

Esas cenas deben ser como los reencuentros de las películas americanas, con baile de fin de curso y 25 años después. Siempre llegan cuando has empezado a perder pelo y te has pasado unos meses descuidando la dieta. Me da igual. Tengo ganas de verlos, éramos una clase de 55 niños más o menos según el curso. Me pregunto a cuántos de nosotros nos habrá parecido que la vida nos ha defraudado y a cuántos nos parecerá que es una aventura apasionante, si la vida que tienen es la que esperaban tener de niños, si alguna vez se creyeron de verdad (como yo) los cuentos de hadas.

Esta mañana he hecho balance de lo que soy, de lo que tengo. Y aunque parezca mentira, aunque suene a discurso sentimentaloide, me he pasado todos estos veinticinco años haciendo amigos, buscando la complicidad de los otros. Creo que siempre he antepuesto las relaciones humanas al resto. Quizá en los últimos años me he vuelto algo más huraño, cosas de la soledad pero si miro a mi alrededor me siento inmensamente afortunado porque mi vida se ha basado en buscar y dar amistad, cariño. A pocos les he negado eso, si lo he hecho ha sido por causas extremas. He querido y quiero, de eso podéis estar seguros.

Durante veinticinco años he amado y perdido, he ganado, he hecho estupideces, he hecho cosas que me han llenado y otras me sólo consumieron tiempo. He visto salir el sol en mares distintos y he hablado con personas de otros países: la buena gente son lo que parecen, la mala también, existe un lenguaje universal de miradas, hay sólo cuatro puntos cardinales pero millones de sitios en los que vivir, el ser humano (como dice el loquito de radio La Colifata en el anuncio de Aquarius) es extraordinario pero a veces es aberrante lo que hace con ese don. Veinticinco años no es nada pero me ha servido para hacer balance, para recordarme a qué le doy importancia.

lunes, 22 de febrero de 2010

Lunes de nubes


Esta mañana ha ido creciendo el silencio por las paredes como la hiedra hasta, poco a poco, crear una especie de selva en la oficina. El teléfono sólo ha sonado dos veces y en una de ellas una voz femenina me decía que le perdonase, que se había equivocado. El silencio tiene hojas verdes, se ve a simple vista, cuenta los segundos por ramas. Tengo la sensación que el silencio de esta mañana tiene que ver con que ha habido decenas de palabras este fin de semana desde el otro lado de las sábanas. A veces lo daría todo por que el silencio no cupiera en esta casa, que no encontrase paredes por las que calmar su ansia trepadora; lo daría todo para que el olor que dejas no fuese su abono ni tu piel la humedad que necesita.

Esta mañana el desorden ha vuelto a conquistar lo poco que queda de orden, ha decidido hacer de mí su reino, se ha paseado triunfante por mis venas y he estado a punto de llamarte a tu trabajo y preguntarte qué tal tu mañana, pero mis dedos chocan entre ellos, se hacen nudos marineros, no saben más que coger el ratón y acelerar fríos planos que van cogiendo forma a medida que yo dejo de pensar en tí, es decir: a intermitencias. Luego mis ojos se cansan y el resto de mi cuerpo se agita como las campanillas de un despertador antiguo, buscando tu cintura, sacudiéndose la piel como un perro su pelo mojado, mi cuerpo tiene vida propia desde que te vas algunas mañanas antes de que amanezca trazando surcos en la niebla camino de tu trabajo, alejándote detrás de los cristales ciegos de hojarasca y de silencio, tristes de verme reflejado, de sostener entre sus dos hojas, este lunes, tu ausencia.

viernes, 19 de febrero de 2010

miércoles, 17 de febrero de 2010

vídeo: Amaral - Sin ti no soy nada

Como un barco en el puerto al que ovidaron amarrar y lentamente se aleja sin rumbo, como las nubes en un día sin viento, como el copo de nieve que no cuaja, como la bombilla fundida en en letrero luminoso.

Como las farolas de un pueblo fantasma, como la verdad ante un juez corrupto, como los sueños en el alma de alguien que no puede, no sabe, no entiende por qué tenemos que dormir, como el candado que cierra una puerta que nadie ha intentado nunca abrir.

A veces olvidamos que lo esencial está hecho tanto de síes como de noes, que las balanzas no pesarían nada si no existiera el equilibrio, que todo se concreta después de sortear obstáculos a veces invisibles. A veces olvidamos que hemos nacido para amar a cualquier precio.

Sé lo poco que valgo, lo mucho que debo, lo difícil que puedo llegar a ser, lo interminable que se puede hacer mi compañía. Sé que soy quejica, que no levanto dos palmos del suelo, que no estoy hecho para sufrir, que sólo tengo dos manos y una extraña forma de describir lo que siento. A veces me gustaría no tener aristas, ser como de gomaespuma, pero no sé ser otro. Sólo sé ser yo y desear hasta la desesperación que me comprendas.

martes, 16 de febrero de 2010

Flores raras

Estoy panoli. No sé si por que febrero está hecho de amatistas o por que casi todo se esconde debajo de las colchas de las camas de los hoteles que ya nunca visito. Debe ser que estoy soldadito de plomo y se me ha tragado el gran pez y el muy jodío sabe esquivar las redes como mi primo los radares, es decir, le envuleve un halo mágico que lo inmuniza... y yo aquí metido, con el fusil trabado en las agallas y el pobre pez boqueando y la bailarina de la cajita de música cenando con otro que quién sabe si tendrá intenciones oscuras como el cajón de los juguetes cuando se cierra.

El caso es que estoy todo lo sensiblón que puede estar el plomo fundido (y luego enfriado) y puede que tal vez yo no me aplique del todo el cuento (del que nunca me quedó clara la moraleja) y esta vez no haya ni casualidad ni vuelta a casa ni nada de nada.

Y a todo esto no escribo. Y a todo esto se me cierran los ojos y puede que tenga fiebre, o puede que quien tenga fiebre sea el pez porque se le ha trabado algo en las agallas, algo que le cuesta flotar y pensar, algo que no tiene demasiados visos de que juegen con él a la guerra de nuevo.

Pero me pongo a escribir y me salen estas flores raras, que ni he plantado ni he regado jamás, que pisoteo en cuanto brotan y brotan en cuanto me doy la espalda. Flores con las que nunca haré un ramo, que agotan los nutrientes de mi suelo, que no sirven de nada, que son amarillas flores, que huelen a como huele tu cuerpo cuando sales de la ducha y se me mueren de ganas las manos.

Lugares oasis

Hoy leo la siguente frase:

"Para eva el paraíso era donde estaba Adán".

También vale al revés.

Pequeña escuela rosa de sobreensueños escogidos



Le dice que existen dos formas de caer; "como una pluma que juega con el aire o como un plato de loza que se hace añicos contra el suelo". Ella, que es de las que piensan en sus cosas al mismo tiempo que escuchan a los demás piensa que también existen dos formas de añorar "desde mucho antes que el otro se vaya o inmediatamente". Descarta añorar pasado un tiempo porque sabe que la percepción del pasado es anterior a sí mismo y que el futuro carece de relieves como la superficie de un espejo y por lo tanto, resbala.

Quizá tenga la tentación de preguntar algo irrelevante de lo que el otro dice, no para enterarse mejor, sino para ganar tiempo en su discurso interior y por tanto, secreto. "¿y cómo dice que juega la pluma con el aire?" y el otro explicará en vano el vuelo errático y plumífero mientras ella vuelve a retomar el hilo de su pasado inexistente y de su futuro de suelo encerado. Para cuando se dé cuenta de que está dormida ya estará demasiado involucrada en otro sueño. Un sueño en el que salimos todos los que escribimos en un blog de color negro, o de quienes soñamos con vijar un día a Tokio, quizá volará pompas de jabón atadas por un cordel invisible como quien vuela una cometa o pasea un globo.

Nos vemos esta noche dentro de un sueño. Me reconocerás enseguida: soy el de la nariz helada.

lunes, 15 de febrero de 2010

La reina de los mares



Detrás de toda historia está la rebeldía del niño que fuimos contra la realidad de lo que se nos ha dicho que no es posible.

Recuerda que todo es posible.

jueves, 11 de febrero de 2010

el croata errante


Febrero corta como el filo de una navaja de cristal que se hace añicos al contacto con mi piel de otoño, una piel que cruje como hojas secas, como cuando se arruga un papel. Este febrero es un mes de pacotilla, un mes en el que, en algún lugar de Barcelona, quizá en alguna de las cafeterías de Vía Augusta, el personaje sin nombre de mi novela sin título se reunirá con D., el croata errante, que le dirá que se está muriendo pero que antes debe contarle algo y dejarle un legado; "una misión" dirá.

Hablará sin mirarle a la cara, como si al hacerlo, no pudiera explicarle los porqués ni los cómos, sus ojos que miran desde detrás de la bruma, ojos grises de mirada de niebla, se envolverán en el humo de los cigarrillos que se confundirán con otro humo de casas y campos perdidos. Le pedirá, esta vez sí mirándole fijamente, que siga matando por él, que siga las instrucciones precisas que le llegarán a una cuenta de correo. "Te pagarán bien pero yo nunca lo he hecho por dinero. Lo hice porque ningún crímen debe quedar impune". Le contará que existe una organización que vende identidades falsas a criminales de guerra para que pasen el resto de sus días en el anonimato. "Pero existe otra organización que los descubre y los elimina, es decir, te dicen quien es y que monstruo se esconde detrás. Te pagan por matarlo pero no puedes, una vez has recibido su identidad, no aceptar el trabajo. Si lo rechazas, ellos te matarán a tí; no pueden dejar cabos sueltos, nada debe poner en peligro la misión. Siempre podrás dejarlo si no tienes ningún encargo pendiente. Piénsalo bien, porque cuando reciba el próximo correo, ya no habrá vuelta atrás para ninguno de los dos, aunque si lo piensas tiene gracia, para mí no hay marcha atrás en ningún caso".

D. mirará de nuevo a través la cristalera y no verá pasar a los abrigos que envuelven a la gente y que los separan de este febrero que se rompe poco a poco, que se descuelga por las estalactitas de las tejas de la terraza a la que da mi mesa. En algún lugar de Barcelona dos personajes que sólo existen en mi imaginación pactarán un "me lo pensaré" y un "tú necesitas el dinero y el mundo, justicia".

Saldrán de la cafetería y tomarán direcciones opuestas, el personaje que ha decidido vivir en mi cabeza y que haga una novela sobre él verá con nuevos ojos al hombre inexpresivo y poco hablador que conoce desde hace años, años en los que no se le había pasado por la cabeza que aquel solitario guardara un secreto como ese. Pensará tal vez, en que el dinero le vendría bien, para empezar una nueva vida, una vida en la que cupieran él, ella y Chris, una vida donde no tener que correr ni salir corriendo, donde no hubieran órdenes de embargo ni servicios sociales y sobre todo, donde no hubiera que pedir por favor las cosas, donde la miseria no te empujara a trapichear con camellos de medio pelo, donde las putas no te contaran lo desdichado de sus vidas ni se echaran a llorar a mitad de servicio, una vida en la que no sentirse con un gran peso encima que te empuja cada vez más a ponerte de rodillas.

Quizá me lo encuentre mañana, tal vez pase junto a él cuando vaya hacia la Cambra de Comerç de Barcelona a entrevistarme con el servicio de ayuda a la exportación. No nos reconoceremos cuando nos crucemos por la calle, quizá en ese momento vaya dándole vueltas a la idea que D. le propuso y no repará en mí. Yo entraré en Diagonal 457 y él seguirá de largo hacia otro lugar que ninguno de los dos conoce, yo porque no he estado allí y él porque un personaje sólo va a donde dice el autor que tiene que ir, un autor intermitente que dejará colgada la historia aquí, que no la retomará en muchos días o quizá ya nunca más, que lo dejará vagar eternamente por la Diagonal, perdido y confuso, a la espera de decir "sí, acepto. Mataría por ella, por tenerla a mi lado. Para siempre".


viernes, 5 de febrero de 2010

viernes a media mañana


Me digo a mí mismo que toda la determinación que necesito dura un segundo. Que en algún lugar existe un click que que tiene la magia de un interruptor encendido por primera vez y que pone en marcha un artilugio nuevo e imprevisible. Mi dedo duda, duda desde hace aproximadamente cuatrocientos años, duda por sistema, se deja tornillos por apretar o programa mal el contador de tiempo.

Decía mi psicoanalista que tengo miedo al éxito, quizá por eso no continué mi psicoanálisis o acabé de forma brusca, quizá por eso dejo a medias mis textos, quizá por eso no acabe nunca de conocer a nadie del todo, quizá sea ese el porqué de tantos quizás.

Por la noche hablo en sueños, sueño casi siempre con interruptores que se encienden y con carreras locas, con que mi coche no funciona, con que, en el último instante, ella acaba por irse con otro al que no le aqueja este miedo al éxito.
Buceé en mi infancia en busca del cofre cerrado para abrirlo y aprendí a buscar en fondos marinos pero no encontré ni llave ni tesoro, encontré arena y animales extraños, encontré botellas con mensajes dentro, encontré un barco hundido que llevaba tu nombre, pero ni rastro del porqué se cerró mi infancia bajo candado, ni rastro de la sirena de cola de pez y ojos de escarcha, quizá debí buscar un amor escondido, quizá debí entender que hay un no saber porqué pasan, de lo que estoy seguro es que no encontré la magia. Tuve que aprender a buscarla en las cosas cotidianas porque la necesitaba, tuve que abrir los ojos para ver con el alma, aprendí que las palabras no dichas se destilan por los dedos, que las cosas que nunca viviré tendré que inventarlas a base de soñar historias.

Alguien me dijo que el fracaso es el éxito de los fracasados, quizá no me lo dijo nadie y me lo acabo de inventar, a veces dudo de si lo que pienso es mío o un poupurri de frases leídas en libros que se me han ido olvidando. Antes leía más. Antes era más yo. Quizá tenía más dinero para comprar libros, para pasear los pasillos del FNAC antes de ir a clase de Narrativa, quizá tuve una época dorada y esto de ahora no sea más que su lógica decadencia.

Acaba de romper a llover. El animal que soy respira ahora mejor. La lluvia produce en mí un efecto tranquilizador y estimulante al mismo tiempo. Cuando era niño me gustaba ver llover a través de los cristales. Cuando era niño todo era mucho más sencillo porque tenía muchas menos distracciones. Tenía un tambor de Dixan lleno de juguetes en un armario empotrado en una habitación con mesa camilla incluida. Si la infancia es un paraíso perdido, aquel tambor de dixan era su banco central. Llueve con fuerza, me gusta el estruendo de cuando empieza a llover y el murmullo de la lluvia por toda la casa. Me gusta vivir estos instantes y ser consciente de ellos.

Vuelvo al trabajo, sólo ha sido un paréntesis. Mi vida es esta constante tirantez entre lo que soy y lo que hago, mi vida es lo que pienso mientras hago algo con las manos y la boca. Mi cuerpo de lluvia se encoje frente al ordenador y un teclado, el niño que fui cose balones para una ISO 9001 de una empresa donde la gente nunca sonríe.

Hago una pregunta. No me respondas si no quieres pero... el niño que fui necesita ideas para salir de esto... Si me tuvieras a mí de pequeño delante de ti, conociendo de mí lo que conoces por este blog o por que me conoces, mis habilidades, mis miedos, mis deseos, mi forma de ser, mis limitaciones ¿a qué me aconsejarías que me dedicara o cómo me dirías que debería afrontar vivir el mundo?

Prometo responder y contestar a la pregunta que tú quieras hacerme a mí también.

Prometo serte franco.

Me falta tu voz



A veces me odio a muerte por no ser quien tú quieres que sea y me ensaño tanto conmigo mismo que por la mañana me toca barrer trozos de mí mismo que, esparcidos por la casa, como los restos de un espejo, ha ido dejando la escarcha de mis sueños. Porque soñar se me hace fatigoso, se me vuelven las rodillas de mantequilla subiendo una montaña; antes soñaba con encontrarte y ahora... ahora ya no puedo soñar nada mejor, sólo me queda el miedo a perder. He perdido mil veces y mil veces me he levantado quizá porque nunca tuve miedo.

A veces me muevo por oscuros caminos, recorro las calles envuelto en niebla, sonámbulo y extranjero, dicen que alguna vez se ha visto mi sombra subido a una palmera solitaria en medio de una ciudad donde no crecen palmeras. A veces viajo centésimas de kilómetros para pasar sólo por delante de tu casa, busco en google earth y el street view el punto exacto por el que sales todas las mañanas, enfoco a tu ventana, como un vulgar psicópata. Me gusta merodearte las horas y los metros, imaginar los muebles que te envuelven, saber que no vives con otro que no soy yo, que tienes cola de pez y coletas, que no sabes decir sin pensarlo mucho antes ciertas palabras sencillas, que eres toda la cartografía que necesito para llegar a donde quiero.

Ismael Serrano me tomó la palabra...


jueves, 4 de febrero de 2010

Cinco (veinte) minutos


Hay días en los que no puedo escribir. Trato de poner en orden sensaciones y pensamientos pero es como pasar por un colador algo demasiado grueso dentro de un medio demasiado denso. No cae nada esta mañana. Podría decir que el cielo gris me cubre las palabras de nubes y que yo nunca fui de nubes pero mentiría y no quiero mentir; y es que, no sé el porqué, últimamente soy demasiado franco con los demás y conmigo mismo, algo que no sé si corresponde a una excesiva temeridad por mi parte o si se debe a que al final he optado por desocializarme del todo y quedarme a vivir en la más absoluta soledad.

Aguanto poco, lo reconozco. Diría que aguanto lo justo, pero para decir esto tendría que existir alguien que debiera impartir justicia o por lo menos decir qué es lo justo. Y naturalmente, yo no se lo aguantaría, por lo que en realidad digo que aguanto poco como contrario de aguantar mucho (o como dicen algunos "carros y carretas"). Me estoy liando.

Ayer comí por primera vez en mi vida "lichis" crudos. Hasta ahora siempre los había comido en almíbar y en los restaurantes chinos. Me gustaron los lichis y pensé que debe de haber muchas cosas en el mundo que me gustarían crudas. Me comería tus labios crudos, tus pechos crudos, como un lichi o una mandarina, después de haberte quitado la ropa, con las uñas y los dedos, pero eso tú ya lo sabes, lo sabes como quien sabe la tabla de multiplicar, es decir, con un conocimiento que crees que es una habilidad y que vive almacenada en algún lugar de la memoria hasta que se desencadena la ocasión para salir a la luz. dos por cuatro: ocho, mis manos debajo de tu camiseta: tus pechos. A veces pienso que vivo en un país indeterminado, un lugar sin leyes ni ordenanzas municipales que regulen este deseo de estar a tu lado, que vivo ilegal en tu pensamiento, con derecho a educación y asistencia sanitaria pero despojado del derecho a vivir en tu boca, a llenarme del olor de tu piel por las mañanas, a sentir el frío al que se condenan las sábanas cuando tú te levantas, casi siempre antes que yo, casi siempre a muchos kilómetros de distancia.

A veces pienso demasiado en ti, tanto que cinco minutos se convierten en veinte casi sin quererlo, veinte minutos que luego tengo que recuperar de la nada a un jefe vago e idiota que no se afeita por las mañanas, que no sabe ni que existes, que no se imagina que escribo cartas de amor desde mi puesto, un jefe mezquino que nunca se acuerda de pagarme el día que debe por convenio, que te miraría con un deseo sucio si entrases alguna vez por la puerta de la oficina, que no tiene lucidez en los negocios, que probablmente se lo gaste todo en juego y en mujeres, que no puede entender algo más allá de lo que caben dentro de estas cuatro paredes.

Veinte minutos son demasiados incluso para este jueves de febrero, demasiados para el mucho trabajo que tengo. Vuelvo a él, te llevaré conmigo.


martes, 2 de febrero de 2010

Brehitorndeimwairu


Me apoyé en el marco de la puerta, algo que nunca hago. Estaba desubicado, como si mi cuerpo estuviese en otro lado y yo allí, sosteniéndome por el simple convencimiento de que su imagen en mi cerebro me decía que mis ojos estaban allí, como una cámara, y por tanto yo con ellos. Pero mi cuerpo no estaba, probablemente seguía sentado frente al ordenador tratando de inscribir círculos en líneas, tratando de relatar una historia que nunca se dejaría atrapar.

A veces me sentía así, como en esa tarde; me invadía el miedo y el frío sin saber si el uno o el otro ocupaban espacios separados o por el contrario se mezclaban como dos colores para formar una sensación nueva que no tuviera aún nombre. Un frío que sabía a hielo seco y que hacía que mi lengua se pegara al paladar y como consecuencia de ello no pudiera abrir la boca. Un miedo que no tenía un objeto que lo desencadenara, quizá un miedo en general, pánico a estar vivo, y sobre todo, a seguir estándolo durante unas horas más.

Quien me conoce dice que no puedo esconder lo que pienso, siento, deseo, dice que soy el libro cerrado del que se pueden leer todos los capítulos. No negaré que soy lo que uno puede ver a simple vista, que no puedo esconder aquello que otros saben esconder, así que ella me miró y me vió caer o tal vez me vio ya en el suelo, puede que sintiera el frío o que sintiera el miedo, que se diera cuenta de que yo estaba en la habitación contigua peleándome con una línea en una pantalla. Lo cierto es que descubrió que puedo estar y no estar al mismo tiempo y que eso, que puede pasar como un fenómeno de prestigitador, es en realidad un ejercicio de desilusionismo.

La distancia me dolía, quise acercarme a ella, calentarme entre sus pechos, y un ejército de dedos la buscaron debajo de la camiseta y con ellos la esperanza de que volviera a ser yo uno solo, un solo cuerpo y una sola alma, pensaba yo que me reconfortarían sus manos en mi espalda, no pedía nada más, no pedí sus labios, no pedí que me comprendiera, sólo que me abrazara. Su mirada de disuadió de querer su cuerpo. Dijo algo, no lo recuerdo, tal vez que qué clase de hombre era o que nunca sería nada. Le agradecí que me confirmara los augurios que desde niño, mis profesores enunciban con saña. Dí media vuelta y volví a mis cosas, que nunca fueron mis cosas, sino herramientas con las que creía que podría fabricarme un hombre en el que habitar. No sentí lástima por mí como otras veces. No sentí nada, indiferencia tal vez, indiferencia por mí y por el personaje que había ido interpretando desde siempre. Nunca tuve la certeza como entonces de que yo era otro, de que yo no era yo y que mi vida no me correspondía. Me concentré en el plano y no me fui a la cama hasta que lo acabé, sobre las tres y media de la madrugada. Mi horóscopo decía, sin yo saberlo aún, que mañana tendría satisfacciones en el amor. Soñé con niños que reían despreocupados jugando en un campo de tierra roja, su risa me dolía, me molestaba sin saber el porqué. Luego soñé con con una desconocida que decía ser mi madre pero que no lo era, y también con un camino y un carro tirado por dos caballos grandes y gruesos.

Me desperté mientras mi horóscopo, ese que me prometía felicidad al alcance de mi mano sólo con estirarla, se acaba de fijar al papel de una imprenta. Mi cuerpo se encajó en mi alma o viceversa, me duché, me vestí, recogí el portátil y salí por la puerta sin saber ni dónde ni cuándo, ni cómo ni porqué, tenía ese sentimiento de andar por la vida como con zapatos nuevos, rozándome con las horas y los minutos hasta hacérseme una herida que sólo cicatrizaría si me detenía el tiempo suficiente como para que se cauterizara. Cogí el 17 y me bajé en una parada que no me correspondía, compré el periódico en un kiosko donde el kiosquero no me conocía pero me saludó como si lo hiciera de toda la vida. Busqué el horóscopo con cierta ansiedad: Serás feliz, decía. Sonreí al tiempo que empezaba a entrar en calor. Un gato blanco con el lomo anaranjado, tumbado sobre los paquetes de diarios a devolver, abrió un ojo y me miró sin interés. Pensé que hacía tiempo que no escribía, y los pulmones se me llenaron de aire fresco.

Aunque no lo creas pensé en ti, en mi vida antes y después de conocerte, pensé que te debo lo mejor de mí, que te debo una disculpa, un beso, un cuento, una carta de amor rabiosa y desesperada. Tal vez pensé que a no debía hacerlo por no quedar en evidencia, pensé (de eso sí estoy seguro) que te preocuparía saber qué pienso, ver que mi ficción está hecha de retazos de realidad pero no es la realidad del todo, que sólo puedo escribir sobre lo que no sé ni entiendo, así que decidí que te escribiría cuando mi cuerpo habitara mi alma o cuando, simplemente, me decidiera a ser yo de una vez por todas.