lunes, 22 de septiembre de 2008

Para empezar

La sala era, en realidad, dos salas unidas y que habitualmente separaban unos paneles de madera que podían retirarse deslizándolos sobre unos rieles. Los dos salones estaban a dos alturas diferentes y por tanto, habían unas escaleras de tres peldaños que salvaban ese desnivel. Sansón y yo estábamos en el salón de abajo. Las luces estaban apagadas excepto un potente foco que bajaba del techo y que iluminaba una silla. Los invitados se situaban alrededor de la silla a una distancia prudencial, como si la silla fuese un actor que, en cualquier momento pudiera empezar a recitar su monólogo. Otros invitados se habían subido al otro nivel y miraban desde allí. Estaba claro que todos esperaban algo y ese algo salió de entre ellos en forma de mujer. Llevaba la máscara, por supuesto, lencería de cuero negro, botas altas y una gorra de plato que imitaba a una gorra de oficial de las SS. En la mano llevaba un látigo y lo hizo restallar contra el suelo haciendo que los que estaban en aquella dirección dieran un imperceptible salto hacia atras. Empezó a dar vueltas alrededor de la silla con una cadencia lenta y chulesca y mirando a los invitados como el que va a comprar un esclavo. Aquello me dio risa. Maldita panda de imbéciles, dejarse engañar de aquella forma. Al pasar por donde yo estaba me miró. Yo la miré a ella y la reconocí. Era lady B. Sacudí la cabeza para darle a entender que para mí, que hiciera aquello, era rebajarse más de lo esperaba de ella. Ví odio en su mirada en respuesta e inmediatamente cogió a un hombre por el cuello de la camisa y lo sacó con furia hacia el centro del corro, haciéndole caer. Tenía que reconocer que la chica era fuerte, lanzó a un hombre de unos ochenta kilos como si fuera un fardo. Lo levantó del suelo y lo sentó en la silla. Le ató las muñecas con unas esposas y el resto del cuerpo a la silla con unas cuerdas que otra chica vestida de la misma forma que ella, le llevó. Luego siguió dando vueltas alrededor de la silla. El elegido parecía divertido, todos parecían dispuestos a pasar un rato agradable viendo un espectáculo suave de sado. Lady B. se detuvo su caminar en círculos y se puso delante de él. Le puso la suela de su bota en el pecho y lo empujó hacia atrás, la silla cedió y la víctima cayó de espaldas sin poder hacer nada para evitarlo. Se dió un buen golpe, tenía los brazos detrás del respaldo y fueron lo primero que tocaron el suelo. El hombre dió un grito de dolor. "¿Creías que habías venido aquí a divertirte?" le dijo lady B. agachándose y poniend su cara casi tocando a la del pobre infeliz. "¿Creías que entrar en este club era como hacerse el carnet del campo de golf?" y luego suavizando la voz "quizá hubiera sido mejor que te hubieras quedado en casa. Lo que viene ahora es demasiado para alguien como tú. Pero claro, ya te lo habrán advertido, aquí no eres nada, si no pasas por esto, si te rajas, estarás peor que muerto, porque nadie te hará caso, serás invisible para todos los que están aquí. Puedes marcharte ahora. Estoy deseando que lo hagas, esta mañana me he levantado con dolor de cabeza y cuando tengo dolor de cabeza me pasan dos cosas: me jode que me hagan trabajar y eso me pone de muy mal humor y lo segundo, pierdo el control. Así que, ya sabes, no es nada personal, quiero decir que me da igual si sobrevives o mueres, pero te doy la oportunidad de largarte". El hombre estaba atado a la silla y eso le daba un aspecto de feto. Dijo que había venido a lo que había venido. Pobre hombre. Debía pensar que le admitirían en aquel club privado de ricachones y que aquello le haría entrar en un mundo de posibilidades. Si lady B. y yo compartíamos algo era el desprecio hacia tipos como aquél. La respuesta no se hizo esperar. De la oscuridad salieron dos de los esbirros de Garr y levantaron la silla del suelo y la colocaron en vertical. Luego regresaron de nuevo a la oscuridad. Lady B. le dió unos azotes, le dió un par de latigazos de mentira, le bajó los pantalones y le acarició la polla hasta la erección. Luego salió la chica de las cuerdas y entre las dos se frotaron delante de él, una con otra, le masturbaron, se la chuparon y se fueron turnando para follárselo. Algo tan deprimente y artificial que hasta a mí me daban ganas de salir de allí. De vez en cuando Lady B. me miraba y yo le devolvía la cortesía con una sonrisa. Le debía de hervir la sangre. Cuando el infeliz se corrió, lo desataron y le quitaron las esposas, él se subió los pantalones y se fue al mismo sitio desde donde lo había arrastrado Lady B. Era la primera y última vez que lo invitaban al club y alguien se encargaría de decirle que mantuviera la boca cerrada. El espectáculo sado-maso era el que un don nadie se dejara hacer todo eso delante de gente para poder alcanzar un nivel social que no alcanzaría nunca por sus medios. El placer de los otros invitados no consistía en ver un espectáculo porno-light sino en la humillación a la que podía llegar un individuo para codearse con ellos. Y por eso, a partir de ese día, lo despreciarían aún más. Por eso, desde ese día, aquel desgraciado se había convertido en invisible, por eso y porque el muy idiota pensaría que había estado a punto de lograrlo y les insistiría durante unos meses, hasta que se diera cuenta de lo que había pasado, hasta que se entregara a la certeza de que pertenecía a una casta inferior en un mundo donde no sólo el dinero dice quien eres, un mundo de lobos donde no se admiten perros pastores.

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