domingo, 28 de septiembre de 2008

alguien me observa


L.B. habla en un rincón con una sombra que se escapa con rapidez, se abre la claridad de una puerta y se vuelve a cerrar. No he visto quien es pero sé que L.B. y la sombra me observaban. L.B. sigue mirándome cuando la sombra se ha ido. No hay nada en sus ojos, sólo la ausencia de alma porque no se puede estar en esta fiesta y tener alma, es incompatible, como un gato hambriento y un ratón en la misma jaula. L.B. vuelve a la silla. El hijo de J... aún vive. Dos hombres se acercan y lo tumban en el suelo, llevan un maletín médico, lo salvarán, le arrancarán la muerte de su cuerpo inconsciente y acabarán por reconstruirle los signos vitales. No quieren un asesinato, no quieren una investigación, no quieren que en la poli alguien con ganas de obtener una medalla póstuma abra la puerta a los enemigos de Garr. No, no morirá. Volverá a vivir y soñará el insomnio de los golpes, su vida valdrá menos que nada porque nada podrá hacer por castigar a los culpables porque los culpables ya le han hecho entender que pueden convertir su vida en un infierno y ese infierno puede llegar a ser aún peor. Lo irán a visitar al hospital y le dirán que eso que le han hecho a él se lo pueden hacer a cualquiera a quien él ame. Y no se lo dirá cualquiera, se lo dirá el jefe de policía o el alcalde que, casualmente, están en la fiesta y que han observado el colpe y el huracán de sangre con ojos bovinos, sintiendo como un placer extraño y salvaje que les recorría el cuerpo. Un placer conocido porque son miembros antiguos, porque no hicieron ninguna objeción cuando Garr sentó al primer infeliz en la silla y lo reventó delante de sus ojos, porque saben que estar allí de forma anónima les confiere el poder que tienen, el poder que sólo Garr y el club les puede arrebatar.

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