viernes, 3 de febrero de 2012

The kooks



Me dice que esta vez quiere hacerme feliz, está igual que siempre, viste igual que siempre pero distinto, se alegra de verme, se le dilatan las pupilas como agujeros negros que engullen una galaxia verde, le brilla todo, como cuando teníamos aquello nuestro, o eso que tanto se le parecía a estar mutuamente secuestrado por un ente invisible, éramos el síndrome de estocolmo el uno del otro, mi rehén preferido y mi carcelera sádica mal de la cabeza.

"Subamos a tu casa" me dice nada más llegar. Le digo que mi casa es un laboratorio y me mira con extrañeza "¿Ahora te dedicas a sintetizar droga?" y se ríe. Le cuento lo la máquina, lo del agua, lo de que no hay nada igual ni de lejos en todo el mundo, le cuento lo de la patente, lo de la gente que se salvará de sufrir cólera y otras enfermedades. Le cuento lo de los inversores, lo del prototipo, le cuento casi todo mientras ella me mira. "Te brillan los ojos" me dice "como cuando estábamos juntos".

Subimos a casa, Ulises y Penélope se acuerdan de ella, maúllan como locos, Ulises se frota contra ella desesperado, Penélope no se acerca tanto, pero le pide caricias. Ella se arrodilla y los acaricia. "Son como tú" dice "o más bien tú como ellos". No me disgusta que me compare con mis gatos, ella se va hacia la nevera y saca salchichas de pollo y la corta para dársela, imagino que las cosas no han cambiado tanto desde que se fue.

Ulises y Penélope nos siguen hasta la cama como queriendo participar en la orgía. Después de un rato de ver que no les hacemos caso se van en busca de la salchicha, dejándonos a nuestro aire. Nuestros cuerpos han cambiado un poco, nos hemos hecho un poco más mayores, pero sigue ardiendo el mismo fuego, nos calcina el mismo infierno y las mismas ganas de apagarlo con la saliva del otro.

1 comentario:

Daltvila dijo...

Me alegro mucho, Toni:)

Es extraño, me explico, porque me alegro por tí y, por ende, por mí.