viernes, 6 de mayo de 2011

La misma ventana, otra lluvia


Me mira como quien arruga el envoltorio vacío de un caramelo, se tira para atrás el pelo y levanta la cabeza al mismo tiempo. Está más guapa que nunca, es decir, estaría más guapa que nunca si en sus ojos habitara el brillo de hace apenas unos meses. Afuera llueve, los cristales atrapan las gotas que salen despedidas cuando explotan contra el alféizar de la ventana. Miro a través del vaho que mi aliento desata en la fría frontera entre la calle y mi casa, e imagino que la lluvia es como si explotase el cielo y las gotas fueran una metralla inútil para agujerear las aceras. Y ella me mira y yo le doy la espalda para ver su reflejo en la ventana.

Se sienta en el sofá y cruza sus piernas. Con el tiempo he ido haciendo una lista de las cosas que hace una detrás de otras, de forma mecánica, anticipándome a cada uno de sus gestos, sabiendo qué hará con poco margen para el error o el destiempo. Y me habla y su voz se vuelve como el vaho del cristal, húmeda y translúcida, cálida e ininteligible, y mentalmente trazo con un dedo garabatos en esa voz que ya no le pertenece, de la que se ha apoderado otra mujer que no es ella, una que me mira como quien arruga el envoltorio vacío de un caramelo. La calidez de su voz huele a eucaliptus. En ese instante entiendo la primera frase a pesar de que lleva hablando algo más de cinco minutos, sintonizo la onda corta de sus labios. Me dice que ha conseguido el traslado y que se va. Se calla y me mira, esperando de mí una reacción que no llega.

Me giro, le doy la espalda a la ventana, a la lluvia, a la calle, al olor a mojado y ahora entiendo porqué le daba la espalda, porque esperaba el filo que tienen algunas palabras para penetrar en la carne. Le doy la enhorabuena, y le pregunto si esto significa que se ha acabado.

Ella sonríe. Me dice que hace mucho tiempo que se acabó y que si no me había dado cuenta es porque soy un hombre demasiado crédulo, un optimista en el cuerpo de un pesimista. "Nada se acaba si no ha empezado" me dice. Me dice que somos diferentes, que no tengo nada que a ella le pueda interesar, que ella es de la raza de los fuertes y yo pertenezco a la de los débiles. Y lo dice con sorna, con algo que se le parece a ese desprecio que sienten algunas personas ante la credulidad de los niños cuando se creen la identidad secreta de los personajes mágicos que habitan su mundo.

Me siento como Bob Esponja frente a Calamardo y el episodio de la caja de cartón. Yo tengo mis pocas cosas, mi piso a punto de ser embargado, mis ilusiones por mejorar, mis ganas de no hacer daño ni que me lo hagan, a los gatos dormitando en cualquier parte, la lluvia... tengo la lluvia bombardeando la terraza, la novela repleta de personajes a cuál más humano, las caminatas por el bosque, las risas del sábado por la noche, a Murakami y el cuento de la luciérnaga... tengo algo inexplicable que me define y me estructura, algo flexible y humano... cuanto más la miro más humano me siento.

Y la luz amarilla y el espejo encima del sofá, y la mesa y las sillas nuevas y la bicicleta de montaña, y la mortecina luz de antes de que amanezca a través del patio de luces... y la pila de libros... y la palmera del parque de al lado. Todo se difumina hasta desaparecer. Y mientras todo se pierde me pregunto qué hice y por qué, y en ese instante lúcido no atino a entender en qué pensaba durante todo este tiempo. Lo intento pero soy incapaz de recordar un sólo pensamiento.

La lluvia sigue cayendo. El olor a eucaliptus sigue inundando la habitación y mi cuerpo, garabateo con el dedo entre las frases con las que lo justifica con precisión de cirujano.

Al final de la conversación habla de R. como no queriendo darle importancia. Y entonces le digo, amable y serenamente, que por favor que se vaya de mi casa. Y me dice que no lo entiende.

3 comentarios:

Las Espirales de Brígida dijo...

Parece una lluvia que quiso caer en mi ventana y cayó en la tuya.
Murakami, lo mejor de mis lecturas.
La libélula...¿cuál es?

S.
PD y el olor a eucalipto, genial

Espera a la primavera, B... dijo...

En "Sauce ciego, Mujer dormida" hay un cuento "La luciérnaga" que es una parte de Tokio Blues. Allí aparece Naoko, la residencia de estudiantes... todo.

Las Espirales de Brígida dijo...

Me quedan alrededor de 50 páginas de 1Q84, y tengo Sauce Ciego, Mujer Dormida, lo empezaré hoy mismo.
Tokio Blues me gustó muchísimo.
Esta entrada en especial, -no se exolicarte porque-, la sentí continuación de la última que escribí.
Buen fin, un abrazo
S.