miércoles, 24 de junio de 2020

Siempre hay un primer día, una primera vez inesperada, un lugar nunca antes imaginado, un primer beso siglos después del primer beso, una nueva ilusión, un nuevo camino, algo a lo que otros puedan llamar locura



Supongo que para M. escribir era poco menos que algo vitar, como el respirar o beber agua; empezó un día y ya no pudor parar. Nunca había pensado en que la fiebre por leer libros adolescentes acabara por empujarla a crear sus propias historias.

Escribía para no dormir, para no perder tiempo, tiempo que por culpa de dormir poco no le cundía, a pesar de que, si era cierto eso lo que dicen los estudios de las universidades más prestigiosas, le iría destruyendo poco a poco por dentro.

Escribía para no vivir, porque le parecía que vivir era tomar la responsabilidad de hacer las cosas que necesitan los sueños para poder llegar a cumplirse.

Pensaba que a veces era mejor buscar una vía de escape, recorrer un camino cuesta abajo siempre iba a ser mejor que enfrentarse a sus expectativa a cómo iba a ser su vida, sobre todo, cuando todo el mundo a su alrededor creían que eran inalcanzables para alguien como ella.

Después de la muerte de N. cayó en una profunda depresión. A los ojos de los demás seguía siendo la misma, sólo que un poco triste, pero dentro de ella empezó a crearse un malestar sordo e implacable que la arrastraba a unas infinitas sesiones de llanto. Poco a poco empezó a surgir la idea, hasta convertirse en una obsesión, de que  sólo uno tiene la capacidad de determinar qué es lo que está dispuesto a apostar para vivir su propia vida porque, entre otras muchas cosas, nadie de los que opinaban a su alrededor iban a vivirla por ella iban a poder asegurarle que siguiendo sus consejos todo iba a ser mejor de la que sentía que tenía que vivir.

Supongo que eso es, en principio, el primer paso hacia la madurez, o el primer paso que nos aleja de la infancia, que nos la hace soltar y abandonarla como un juguete más con el que ya no podremos simular historias que nos gustaría vivir y nos enfrentamos al reto y al juego de realizarlas en primera persona. Supongo, también, que pensó en todas las cosas que N. ya no podría hacer y las que nunca llegó a hacer por miedo a lo que pensaran los demás; lo mismo que ella había hecho hasta entonces.

Y puede parecer un difícil de creer, puede sonar a serie adolescente americana, pero un mañana al despertar se supo diferente, sintió esa determinación dentro a ser ella misma, notó que ya no sentía aquel malestar y que tampoco había, en su lugar, un vacío que llenar.

Supongo que es precisamente ahí donde nacen todas las historias.

Donde empieza realmente el viaje, donde acaba un camino y empieza la ruta hacia la persona que no estábamos destinados a ser y empezamos a ser que que somos.

Supongo que es ahí donde está el peligro de perderse, una vez desaparece el destino, nosotros elegimos dentro de las circunstancias que nos rodean.

Para volverse todo más confuso.

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