viernes, 13 de julio de 2018

Todo lo que importa



No sé. Habían pasado tantos años que no imaginaba que aún tenía la capacidad de comprenderlo. Y entonces encontré la carta. La encontré como un comentario en otro blog. Casi setecientas palabras. Otro blog. El que escribí para ella y luego borré porque sin ella no merecía la pena seguir escribiendo.

Luego me escribiste tú pidiéndome que no dejara de escribir y seguí haciéndolo de forma mecánica, sin nada qué decir, como hasta ahora, como desde entonces.

Encontré el mensaje y lo borré después de leerlo una sola vez. Podría decir que fue por rabia o por despecho, pero en realidad fue por un descuido. Lo borré sin querere. Hace más de setecientas palabras de ello.

Creo que fue por entonces que comprendí que la culpa fue del todo mía. Siempre soy yo el que se equivoca, el que no apuesta, el que no persigue, el que no pelea, el que no decide vivir sin guardar la ropa, el que se rinde mientras aún pelea.

Cuántas veces he querido morir. Cuántas veces he pedido que algo pasara para no seguir con todo esto. A mí, vivir se me acabó hace tiempo. Esto, la inercia que me lleva, sólo es una prórroga del desahucio de mi vida, una oportunidad sin opciones.

Una huída hacia adelante.

Una pérdida de tiempo, sin final conocido, un dos por uno de nada.

A veces te daría las gracias por haber escrito aquello y otras pienso que hubiera sido mejor no haber pensado en que tenía la más remota posibilidad de enderazar este entuerto. Siempre he pensado que luchaba por algo, pero por lo que he luchado todo este tiempo era para no defraudarte.

Para no defraudar a los que me siguen.

Me pregunto si al final pensaré que mereció la pena esta resignación camuflada de premios y de patentes, si alguna vez alguien pudeo ver más allá de estas palabras la falta de entusiasmo que había en mi entusiasmo, la luz oscura que emanaba tras el brillante tintineo de las estrellas fugaces a las que besaba en los labios estando en otra parte, mucho más allá de las montañas que rodean el valle donde vivo, cerca de las luciérnagas que algunos veranos te acompañan de vuelta a casa.

Decía mi profe de novela que lo bueno de lo que escribía era que podía definir a un personaje en una sola frase, pero que luego no sabía ubicarlo ni moverlo. Es como si en cada frase hubiera una historia, un pasado que indagar. Todos tus personajes son interesantes, decía, no porque fueran mejores o peores, sino porque estaban incompletos y uno se pregunta por lo que no sabe de alguien, no por lo que conoce.

Supongo que, en el fondo, somos un poco eso: personajes incompletos, felices a medias, infelices a solas, bocetos elaborados que nunca acaban en cuadros terminados.

Historias sin final

Días que pasan iguales unos a otros con la esperanza de que algo cambie.

Sueños que siempre se dejan para mañana.

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