
Se acaba el año. Se me hace difícil admitirlo fuera del blog, pero echo de menos echarte de menos. Todos estos años me han servido para descontrolarme en esta superficie de palabras tecleadas y luz intensa por las noches. Cambié el fondo de negro a blanco y mis retinas empezaron a captar la cara visible de la luna. No se me fue el insomnio, pero apareció otro distinto, más vivo, más optimista. El blog se fue convirtiendo en un casino donde pude dar rienda suelta a mi ludopatía de sentimientos escritos. Quizá intenté dar forma a la novela que ya hace tiempo que debía estar acabada, pero está claro que para acabar algo hay que saber cómo quieres acabarlo. Yo no lo sé. Me la jugué contigo aun a sabiendas que todos pierden cuando juegan contigo.
Conocerte fue como recibir un crédito para seguir apostando, pensaba que tenía una mala racha y que había encontrado ese punto en el que las cosas te salen bien, pero como siempre, me equivocaba, creo que llegó el momento de plantearme que no sé jugar a esto, que la ruleta no era francesa sino rusa, que no soy un jugador, soy un enfermo de esto, que quizá vivir no sea jugar a que todo es posible sino saber vivir con la incertidumbre de que si puede pasarte algo malo, seguro que pasará.
Durante un largo tiempo fui olvidando los errores, fui borrando lo malo, las trampas, el desdén, las heridas; lo fui olvidando y volví de nuevo a quererte, a morir por ti, y conseguiste que creyera que te odiaba (nunca antes había odiado de verdad a nadie) porque no podía quererte. También me equivocaba. Te odiaba porque no comprendía que las cosas funcionaban así, que el azar es sólo azar y yo un ingenuo. Supongo que seguiré odiando lo que no comprendo pero ya no puedo hacerlo contigo. Al final creo que lo he comprendido, fugazmente, ni siquiera lo he podido retener en mi mente. Ha sido como comprender durante una milésima de segundo y después dejar de hacerlo. Es como saber que se puede comprender aquello hasta ese instante te parecía imposible, saber que existe eso ya basta para cambiar la actitud hacia ello.
Este año ha sido el año de las pérdidas, el año en el que he perdido la ingenuidad, he perdido a gente que estaba cerca mío, quiero creer que cada uno tenía trayectorias divergentes a la mía, que el tiempo y la distancia es el olvido, que el mundo es eso: un cúmulo de casualidades que tarde o temprano se acaban. Hice la prueba de cuántas personas me llamarían si yo no llamara primero. El resultado fue demoledor. A veces, la realidad es la mejor de las medicinas para curarte la ingenuidad.
Ya no muero por ella, la verdad es que me hubiera equivocado si hubiera apostado por alguien que no apuesta por ti. El tiempo es un gran embustero, la perspectiva difumina los errores.
Lo que no tengo claro es en qué lugar me coloca esto, quién soy ahora y qué habilidades tengo para seguir viviendo con un poco de dignidad. Quizá debería dejar de escribir estas inconsistencias. De todas formas lo haré en cuanto empiece a comercializar el equipo (ayer me llegaron los equipos que faltaban desde Alemania). Me siento como a punto de precipitarme por una catarata. Cuanto más cerca del borde estoy más rápido va todo.
No voy a dejar nada en manos del tiempo.
Hasta el día en que ya no eche de menos echarte de menos.