miércoles, 17 de enero de 2024

Historias infinitas



 Nunca he sabido qué escribir. Hace años me contagié al leer a John Fante, Bukowsky, Carver y ya no supe qué decir ni cómo decirlo. A partir de entonces supe que no iba a poder ser escritor porque ya todo estaba escrito y de la mejor manera. 

Un día me topé con Marsé y volví a tener esperanzas, pero en realidad lo que había pasado es que había chocado contra un muro que nunca iba a poder escalar, ni tan siquiera para saber qué había al otro lado. En una ocasión Marsé dio una conferencia en el Ateneu Barcelonés y fui a verle. Estuve agazapado entre el público hasta que dieron paso al turno de preguntas y entonces mi timidez impidió que me levantara y le hiciera una pregunta cualquiera, lo suficiente como para tener la excusa después para acercarme y llamarle maestro, ponerme a llorar y tratar de abrazarlo entre mocos y babas mientras balbuceaba una y otra vez lo de maestro como un idiota. 

Entonces se me ocurrió que trataría de escribir un best-seller, ya que, en el fondo, existe una fórmula mágica que lleva a ello que yo había descubierto a base de leerme chorrocientos grandes éxitos y contrastándolo en clase de novela.

Y entonces apareció ella.

Yo ya sabía que no iba a ser nada que tuviera que ver con escribir, pero entonces algo dentro de mí se rebeló y empecé a hacerlo todos los días para ella. Me fui diluyendo en millones de palabras y pasé horas queriendo ser alguien que no era. Sólo para ella

La realidad es que no soy lo que creo ser, ni soy el que quise ser algún día. Enfrenté caminos que no tienen nada que ver conmigo, pero eso lo sé ahora, con el paso del tiempo. Ese tiempo me ha dado la razón en cosas mientras me las quitaba en otras. No sabría por dónde empezar ni sé si en algún momento podré terminar esa lista invisible de momentos en los que pude cambiar mi destino y acabé por hundirme más en el personaje que sustituye a quien debería ser.

Lo que si sé, es que la distancia es una variable salvable, que mi sustituto ha tenido el privilegio de viajar por todo el mundo. Ha estado en lugares a los que nunca yo hubiese ido, ha conocido personas que siempre hubiese querido conocer. El mundo es una telaraña invisible de historias entrelazadas en la que todos somos parte porque somos el personaje que las crea y al mismo tiempo es destinatario de ellas. 

Pero hubo una que siempre que desde el otro extremo vibra, vibro yo con ella. Como si los hilos de tela de araña llegasen o partieran de un lugar distinto del corazón y éste, como un ciego y sordo, tuviese los sentidos desarrollados para saber quién y cómo suena la melodía que no es capaz de oír pero sí intuir desde qué otro corazón llega.

A veces pienso que me convertí en el personaje que me sustituye para poder vivir secretamente una vida en la que mantener a mi yo real vivo. Han pasado los años. Voy llegando a un sinsentido que me dice que debería decidir si sigo agazapado entre el público o levanto la mano y pregunto a Marsé cualquier pregunta, porque en el fondo sé que en ese instante de valentía volveré a ser yo otra vez y no necesitaré al sustituto.

Volveré a ser quien siempre fui

El que quise ser.

El que vibra cuando vibra el otro extremo del hilo.

Y sueña que aún puede volver a creer que casi todo es posible.



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