domingo, 21 de octubre de 2012

No debería, pero sin embargo...



No sabría muy bien qué decir. Vuelve a ser de madrugada y vuelvo a estar despierto. Quizá me venza el sueño durante la semana que viene, pero ahora estoy casi despierto. Y leo blogs casi al azar y quiero responder mails y me gustaría tener algo que decir.

Pero no puedo o no sé.

Está lloviendo. Las gotas agujerean la terraza de mi casa sin demasiada convicción. Yo apenas noto a simple vista la erosión que provocan, quizá si tuviera la mirada fija durante los próximos veinte mil años acabara por  ver los estragos de la lluvia. Pero esta noche la lluvia me parece invisiblemente negra y ruidosa y te imagino en otra parte, quizá presa del mismo embrujo del repiquetear de las gotas sobre los canalones metálicos y el corretear de los hilos de agua por la tubería que atraviesa el techo del comedor. Yo creo que he envejecido desde que dejé de imaginarte, cuando dejé de preguntarme qué estarías haciendo en el mismo instante que yo detenía mis quehaceres y te pensaba y tenía que definir el atrezzo que te estaba envolviendo.

Supongo que siempre he escrito para imaginarte, quiero decir que si te tuviera a mi lado, tendría que inventar países u otra cosa. Me dolería tener que dejar de pensar en ti, tanto, creo, que me entristecería los días que pasaramos juntos, como si una de las dos opciones excluyera a la otra, como si tenerte fuera la cara e imaginarte fuera la cruz de una moneda.

Quizá por eso vives tan lejos.

Quizá por eso nunca dejo que me quieras lo suficiente.

Pero no puedo evitarlo. Lo de pensar en ti, me refiero. Te escribiría cosas que antes sí escribía pero tengo miedo a que las creas, miedo a que se te metan en la cama contigo y sueñen a tu lado esa clase de sueños que parecen posibles y por eso mismo se vuelven inalcanzables.

Esta noche estuve a punto de enviarte un mensaje que decía algo casi importante que quería que supieras, pero entonces me he dado cuenta de que tú y yo en realidad no somos nada, y me han dado ganas de salir a la calle y caminar hasta llegar a alguna parte, bajo la lluvia por supuesto, caminar y caminar hasta que la soledad se gaste de tanto pisarla.

 Bueno, en realidad, me han dado ganas de rendirme, pero como siempre que me ocurre, acabo por huir a un lugar del que pueda regresar en un par de horas, y hoy pensaba que me gustaría irme tan lejos que no pudiera volver. Del que no quisiera volver.

Porque aunque no lo sepas yo lo que quisiera es no querer volver, tener una vida nueva, pero no nueva como unos zapatos nuevos que se acaban rompiendo y tienes que comprarte otros, una vida nueva en la que tenerte a mi lado no signifique que tenga que dejar de querer saber de ti, de imaginarte envuelta en tu escenario, que al llegar a casa la mierda de rutina no se nos coma entre el sofá y la cena.

Me da miedo irme a esa vida y volver a esta como un emigrante fracasado que vuelve pobre a donde pertenece.

Cuando pensaba que acabaría la novela y todo eso que se piensa, creía que iríamos a vivir a Nueva York o al campo, o a una casita en la playa como Bandini. Imaginaba más. ¿Sabes? Con lo del equipo del agua imaginaba que viajaríamos a países exóticos de lluvias torrenciales y calientes, y desayunaríamos papayas en un jardín con muebles de teca y palmeras gruesas y enanas.

En cualquier caso, estoy convencido de que un día será así, lo sé no porque lo haya visto en Callejeros Viajeros, lo sé porque cuando lo pienso, mi alma entra en un estado de calma y pienso que allí donde esté esa calma estaremos esperándonos el uno al otro, da igual si desayunando papaya o un café en vaso de porexpan mientras caminamos por una calle de Manhattan.

Y ya paro, porque estás muy bonita esta noche. Te sienta bien la luz de la pantalla cuando te ilumina la cara, no sé si llevarás las gafas puestas, imagino que sí. Aunque no te lo creas yo te veo desde aquí, ni el tiempo ni la distancia son, en realidad, algo importante en estos casos.

Y mientras oigo caer la lluvia soy capaz de ir desabrochándote todos los botones que te encierran, compartiendo las yemas de mis dedos con la costumbre que tiene tu piel de erizarse cuando les da por  usurpar todo tu cuerpo... desatando nudos, izándote la ropa para sembrar mi casa con ella.

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