Pensé en dejar de escribir, en dejar de respirar, en ponerme a dormir; estaba tan cansado... A 160 km/h la vida es una emoción sencilla y poderosa, es saber que si das un volantazo todo se irá acabando mientras das vueltas sobre tí mismo y que, probablmente, nadie sospechará nada. El seguro lo cubrirá todo, hasta las marcas que los neumáticos dejarán en la autopista.
No lo he pensado ni por un momento, quizá hace años se me hubiera pasado por la mente pero ahora ya no, ahora soy el hombre débil más fuerte del mundo, ahora soy esa parte de mí que no juega con fuego. Lo aguanto todo, aguanto lo que sea, si Mike Tyson (cuando era Mike Tyson) me diera un puñetado en la cara yo seguiría sonriendo (aunque es probable que incrustado en alguna pared).
Soy fuerte porque sé que no tengo ninguna posibilidad, soy fuerte porque mañana por la mañana cuando me levante seguiré sin tener miedo, no quiero tener miedo, hace tiempo que me planteé que trataría de no temer las cosas que no se pueden evitar.
No pude evitar su llamada. O no quise. Ahora eso da igual. El caso es que descolgué el teléfono y ella estaba de nuevo allí, hablando sin que nadie pudiera hacer nada para impedírselo. Hablaba y yo respondía, como un autómata, como un ser sin alma debajo de la ropa. Hablaba y hablaba y yo me iba deshaciendo poco a poco como si en realidad fuese una escultura de arena a merced de un fuerte viento. Me dijo que quizá viajara a Barcelona el mes que viene, me dijo que vendría con su marido y sus dos perros, me dijo (o tal vez ahora lo imagino) que trataría de darle esquinazo para vernos. Le dije que me gustaría verla (era mentira), le dije que guardaba buenos recuerdos, le dije que todavía la quería.
Y ella dejó que el silencio fuera demasiado elocuente para ambos. Luego, me dijo que habían pasado cinco años y que todo el mundo deja de querer a alguien que le ha tratado como ella me trató a mí en cinco años, que no pensaba ni siquiera, la primera vez que llamó, que le cojería el teléfono.
Quizá no era tan buena idea que nos viéramos, debió pensar. Se despidió rápido, como cuando te estás deshaciendo de una llamada publicitaria.
No creo que vuelva a llamar.
Y la verdad, no sé cómo sentirme.
5 comentarios:
El corazón en estos momentos es el mejor consejero.
Saludos,
Sara.
Tal vez si te reencontraras con ella desaparecería el fantasma que te persigue
El corazón no es nunca buen consejero, Sara, es el único consejero. Todas las decisiones las toma él.
Los fantasmas no existen, sólo es autosugestión, María. Hay miedos que sólo se curan en la oscuridad.
Quizás esta sea la última llamada, lo cierto es que en una próxima no sé qué más podría decir. si no puede mejorar el silencio, que se calle
Publicar un comentario