Un número desconocido, una voz de mujer al otro lado; dos, tres, hasta seis frases ingeniosas que despiertan mi curiosidad. Le pregunto que quién le ha dado mi número y me contesta que un email le llevó a otro email y alguien perdió las formas, los papeles, nueve dígitos... Cuando cuelgo me doy cuenta de que no sé su nombre. También me doy cuenta de que por primera vez en varios días estoy sonriendo.
Me llama al día siguiente, esta vez le pregunto su nombre y ella me contesta con uno que se nota a la legua que no es el suyo. No insisto. Sé que no puedes hacer decir alguien algo que no quiere decir y que, en cambio, si no le das importancia el otro acaba pensando igual que tú y te lo acaba diciendo. Ella es lista, lo sabe, lo sabe y calla, se ríe del nombre inventado y cuando cuelga me dice que si quiero saber su verdadero nombre tendré que robarle el carnet.
Tengo un número desconocido grabado en la memoria del teléfono. Llamo. La voz de un hombre me pregunta qué quiero. Le digo que me he equivocado, pido disculpas y cuelgo. Tres horas más tarde ella llama y se burla de mí ingenuidad. "Te pusiste tan nervioso que ni te aventuraste a decir un nombre al azar. El azar es muy poderoso. El azar me llevó hasta tí".
Esa frase me intranquiliza. Hace que no duerma por la noche. Me juré a mí mismo alejarme de mujeres que jugaran con ventaja, que supieran de antemano cuáles eran mis debilidades. Sí, soy ingenuo, y sí, me atraen los volcanes, los cuchillos, las serpientes y los abismos. Sé que al menos tres de esas cosas habitan en el corazón de alguien con nombre falso. Entonces recuerdo que hay muñecas de trapo cosidas con el hilo del diablo. Hago una lista en un papel. Podría decir que son la misma persona fotografiada año a año en carnavales. Cambian los ojos, la estatura, hasta el color de la piel pero siempre el mismo fuego. Siempre ese ardor en la sangre, siempre ese brillo en los ojos y siempre esas expectativas acerca de mí.
Yo no soy como tú. Yo, como mucho, escribo para que me comprendas pero yo no soy lo que escribo. Soy un pobre hombre, mi niña. Un pobre hombre que tiene un blog en lugar de una vida, un hombre herido, un hombre adicto a la peor de las drogas: la esperanza.
Ella se ríe y me pregunta si alguna antes que ella se ha tragado esa tontería. Tal vez, le digo desconcertado. Me dice que hace tiempo que no encontraba lo que ha encontrado en mis palabras, que eso le sorprende y que sabe perfectamente que sólo se conoce a un autor leyendo entre líneas. Me dice que entre líneas soy algo que ni yo mismo comprendo, que creo que transmito algo pero que en realidad lo que hago es expresar otra cosa. Es como un cofre cerrado, es como si yo tuviera la llave, me dice.
Nadie tiene la llave de un cofre que no existe y que de existir estaría vacío. La oigo hablar y me pregunto que si esa lectura entre líneas no será más que un cebo para pescar pececillos de colores para no sentirme tan solo. Y me respondo que sí, que debe de ser así, pececillos que luego vuelven al mar dejándome solo otra vez.
Después de varios días de llamadas en horarios diferentes me dice que nos veamos. Le digo que no, que está confundida, que no soy lo que ella cree que soy, y que yo me acostumbraré a ella y que tarde o temprano se irá y se lo llevará todo salvo el abismo. Me dice que pasear por un parque no es como para abrirse las venas. Le vuelvo a repetir que no. Me cuelga enfadada.
Dos días sin llamar y ya me falta algo. Debe de ser que soy un animal de costumbres. Recibo un correo, un correo con un texto delicioso, si leo entre líneas puedo encontrar a un alma extraordinaria. Sé que detrás de esa lectura entre líneas me esperan un volcán, una serpiente, un cuchillo y el abismo.
Muerdo el anzuelo. Nos vemos mañana
3 comentarios:
Eso sí es una aventura...
¡¡A por todas, Indiana!!
¿Indiana? Pero si es en una cafetería en el centro de la ciudad.
Qué pasa? En las cafeterías del centro no se puede ir con sombrero, látigo y caballo? Tú prueba! Ya verás, ya...
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