lunes, 18 de noviembre de 2024

Todos nuestros antepasados



Te hubiese gustado Elena y tú le hubieras gustado a ella. Hay personas que están destinadas a conocerse sin que acaben por coincidir nunca, no les llega momento, se extravían antes, o no cogen un tren o un avión a tiempo, o se les olvida añadir días a su vida. Me hubiese gustado estar allí, en ese momento en el que tú la mirases y ella te mirase por primera vez, cuando ella te hubiese preguntado tu nombre y cuántos años tenías. Me hubiese sentido orgulloso de tu respuesta fuese la que fuese, tímida o decidida, con voz de niña o con voz de quien quiere aparentar ser mayor de lo que en realidad es. 

Me hubiese gustado haber pasado más tiempo contigo, haberte cogido de la mano para cruzar más calles, detenerme en más semáforos contigo, haber ido más veces contigo al parque, haberte llevado a más fiestas de cumpleaños, bueno, ya sabes, todo eso. Si lo hubisese sabido no habría trabajado tanto pensando que lo hacía para tener más dinero con el que comprar tiempo, cuando el tiempo ya lo tenemos, y no lo veía a pesar de que nadaba en un océano de tiempo en el que tú también estabas. Pero yo salía a la orilla y me iba a buscar no sé muy bien qué, perseguía una quimera en la que tendría una libertad que, en realidad, ya tenía.

Porque en el fondo, la libertad no es un estado ni un lugar, la libertad es poder estar con quien quieres estar. 

Y que quieran estar contigo.

Es bien sencillo. O al menos lo es hasta que es demasiado tarde. Luego, todo se complica. Y a mí se me complicó el día en el que dejé de ser quien creía que era. Porque yo creía ser tu padre aunque no lo fuera y aunque ya lo supiera se me olvidó a poco que fueron pasando los días, las semanas, y los meses. Debe de ser cierto eso de que la realidad se la construye uno a base de obviar lo que no desea que suceda.

Pero siempre ocurren cosas, minúsculas catástrofes anunciadas por señales inapreciables. Un día tu madre dijo que había conocido a otra persona y dejé de ser quien era. Y tú te fuiste a otro lugar que yo no sabía ni que existía para darme cuenta de que todo el tiempo que había comprado sólo servía para no saber qué hacer con él.

Por eso creo que te hubiese gustado Elena y tú a ella: porque a ninguna de las dos le hubiese distraído nada que no fuese estar la una con la otra, porque a las dos os gusta ser y estar en cada momento en el lugar en el que estabais. Porque crecer es aprender a pensar en dónde estarás mañana en lugar de vivir donde está uno, querer ser alguien que no se es y que no está muy claro que se quiera ser. No se pude crecer sin tener expectativas. Y claro, las expectativas hay que cumplirlas.

Y para cumplirlas hay que querer ser alguien que no se es aún.

No merece la pena llegar a ser otro, pero menos no llegar a serlo nunca persiguiendo serlo toda tu vida.

Le hubieses gustado a Elena porque ella no hubiese esperado nada de ti, sólo hubiera querido conocerte y pasar tiempo contigo. A ella no le importa casi nada que tenga que ver con cumplir expectativas. Por eso me gusta estar con ella. No quiere nada de mí más que la quiera. A veces ni eso. Sólo quiere que esté; saber que existo y que pienso en ella. Quizá el amor sea eso. Saber que piensan en ti cuando estás pensando en alguien, y que acabarás el día con una presencia invisible aunque estés solo. Que puede que recibas una llamada y al otro lado del teléfono una voz te haga saber que le importas.

Que sabe que nada importa lo suficiente, pero que si importara algo de verdad ese algo serías tú. 

Quizá no sea la mejor definición del amor, pero cuando tú y yo dejamos de vivir bajo el mismo techo, pensaba en ti todo el tiempo, y de alguna manera esa era la forma en que tenía de poder seguir queriéndote.

Invisible y lejano. Como un ángel de la guarda sin poderes.

Como un antepasado que desde el más allá nos desea todo lo mejor.





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