martes, 12 de diciembre de 2017

Descorchando recuerdos



El Véneto es un hotel con casino en la planta baja o un casino con un hotel encima. Supongo que más lo segundo a juzgar por el tamaño de sus porteros. Yo no podía permitirme el lujo exhuberante de sus salas ni que el sonido de sus máquinas me hiceran recaer. Los vicios van en un mismo pack: el juego, el alcohol y todo lo demás. Y a mí, ese todo lo demás me había dejado las suficientes cicatrices como para no querer volver al infierno. Siempre se está a tiempo de caer o más bien de tirarse de cabeza a ello. Hoy no. Hoy no va a ser ese día.

Llevo casi siete años limpio. El casi es lo de menos; el casi te lo debo a ti, pero como es de cobardes echarle la culpa a los demás diré que fue culpa mía, que mientras tropezaba contigo vi en el fondo de tus ojos el abismo y que tuve la soberbia de creer que no caería por él o que, de hacerlo, sabría sobrevolarlo. A tiempo. Mi problema siempre fue no saber medir bien los tiempos.

Me albergué en un hotel barato, a unos cincuenta metros. Uno se cree a salvo aunque las distancias sean cortas. Bajar al hall y cruzar la calle no era precisamente poner tierra de por medio. Poner tierra de por medio es ir a vivir al otro lado del mundo mientras tú te quedas en Barcelona.

Te prometí que no me iría nunca. A cambio de nada.

Y me acostumbré a toda esa nada. A ese ser alguien que finge ser algo que no sabe si sirve para continuar adelante mientras espera.

Por eso escribo en primera persona.

Por eso te escribo a ti, porque soy un zafio patán que sólo sé escribir cartas, porque busco respuestas que no quiero escuchar a preguntas que prefiero no hacer.

Y no es que esté mal. Me gustaría que vinieras a visitarme algún día. Cuando ya esté en esa casa rodeado de todo eso que se supone que sirve para ser alguien en la vida, para eso que todos buscan y que a mí, sinceramente, me da igual.

Voy a por la sexta patente. Cuando empecé este blog no sabía qué quería y al mismo tiempo sabía qué es lo que acabaría haciendo.

Acabé por ser un inventor de inventos.

Acabé por ser uno de los personajes de Julio Verne.

No sé si todo esto acabará en tragedia o en una dulce vejez en California.

pero sé que estoy a más o menos un año y medio del desenlace.

Sé que entonces seré libre o tendré unas buenas vacaciones.

Lo sé porque ya lo intuía cuando tenía quince años y supe que no sería escritor; y lo supe cuando tenía trece años y vivía en una continua relectura de Cien años de Soledad.

Lo supe cuando me sumergía en las novelas de Stevenson y Julio Verne, y cuando soñaba contigo entre las páginas de Sandokan.

Lo supe cuando mi primer libro me habló de Simbad, el marino.

Lo supe desde que nací y al abrir los ojos y ví por primera vez al océano rugir en la mirada de mi abuelo diciendo que presentía que yo había venido al mundo para algo grande.

Y todo esto lo tuve olvidado, como el que perro que entierra un hueso para cuando tenga la necesidad de algo que llevarse a la boca. Como tú me tienes para cuando las cosas no salgan como quieres que salgan.

Pero ahora estoy más cerca de ser viejo que de cuando fui joven.

Me quedan como mucho diez años buenos.

Y apenas he conocido qué es estar vivo salvo en los momentos en los que no me importaba nada. Bajar y cruzar la calle, entrar en el Véneto y perderlo todo para quedar limpio de quien soy.

Todos buscamos algo que nos mate sin matarnos para empezar de cero sin tener que nacer de nuevo.

Me gustaría ser otra persona dentro de un nuevo personaje que no se acuerde de ti, pero que no te olvide.

Pero me quedo en la piscina del patio de este hotel barato. Cinco dólares un margarita de tamaño grande. Demasiado tentador para alguien que hoy ha tenido que recordarse a sí mismo que no va a caer en tentaciones.

Una camarera que se parece a Camila me mira con desdén cuando le digo que un cóktel sin alcohol, por favor.

Me gusta creer que ella es Camila y yo Bandini.

Entonces me da por pensar que sólo me quedan historias y la firme convicción de que aunque tarde o temprano recaeré, no va a ser hoy...

... al menos a esta hora, en este lugar.

Pensar en ti sigue siendo suficiente dosis de autodestrucción.

Pensar en ti es mi heroína, mi mono, y mi...

... me voy al Véneto.

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