sábado, 7 de julio de 2012

Sábado por la mañana


La verdadera libertad tiene que ver con esta brisa que entra por le patio jardín, el rumor de los pájaros entre los árboles del parque cercano, el silencio interior que provocan los techos altos en los viejos edificios, la casi eterna eternidad del sonido que desprende tu sombra al frotarse contra las paredes de ladrillo y el suelo de madera.


La libertad a secas se construye a base de cambiar las puertas por cortinas, de encender velas sin creer que tarde o temprano se consumirán ¿a dónde se llevará el fuego la cera? ¿dónde, al enfriarse de nuevo, volverá a ser roja y volverá a oler a cerezas?  Diría que el tiempo ha pensado en descansar en el banco sobre el césped, esperando a que alguien le ofrezca un mojito mientras enciende las antorchas y pone la música que da relevo a las estridencias del piar de los pájaros. 


Toda esa libertad me esclaviza a ti, a tu forma de pasar por las cosas como si no hubieras pasado por ella, a estos silencios por la mañana y el olor a ropa almidonada, tan blanca como el blanco de tus ojos, cálida como tu piel cálida, desde la que te asomas al mundo a horas imperdonables, cuando yo ya he consumido un cuarto del día, tiempo en el que regreso a la rutina de una casa vacía presente todos estos años.

Si pudiera volver hacia atrás no sé si viviría todo lo que he vivido hasta este momento. Siempre digo que no me arrepiento de nada, pero no es del todo cierto, me arrepiento de lo que me ha hecho más duro y más frágil al mismo tiempo, de los afectos regalados, de los intentos vanos, de todo lo que me llevó a desilusionarme y me convirtió en alguien que nada guardando la ropa, que se pierde a veces en sospechas infundadas y que ante todo, ha dejado de tomarse en serio todo aquello que un día puede desaparecer dejando un rastro que no conviene seguir y que siempre acaba siguiendo. Si pudiera volver hacia atrás intentaría ser otro. Ya sé que eso es imposible, pero lo intentaría; para llegar a este punto y no saber herirte, no saber hacer añicos la libertad de la brisa que entra por el patio jardín o la del silencio interior que provocan los techos altos de los viejos edificios, me volvería, no sé, más confiado y no tendría miedo a perder esto, aunque sospecho que seguiría teniéndolo.

Pero el tiempo llama a tu puerta, al otro lado del océano una selva se agita y vuelve con sus manos de lluvia a mojarte la cara cuando te acaricia; el tiempo dejó de ser el gran enemigo cuando descubrí que el gran enemigo siempre es uno mismo, y la distancia se convirtió en esa eternidad que nunca pudimos cruzar a nado, a pesar de que siempre lo planeamos.

Últimamente habrás observado que me aferro a tu cuerpo a cuerpo por las noches y que compro flores a pesar de que ninguno de los dos está lo suficientemente en casa para poder vivirlas durante el día. Y es que de alguna forma que no entiendo sí estoy cambiando, me estoy volviendo más brisa y menos tormenta y, aunque no lo comprenda del todo, tengo la certeza de que voy llegando a donde estaba destinado a llegar, que empiezo a ser el hombre que siempre tuve que ser.

Y puede que sólo sea otro espejismo, pero ya no me importa porque he aprendido que hasta que no se manifieste como tal, ese engaño es la realidad y que, a veces, es mejor no caminar hacia el horizonte para comprobar con la palma de la mano si el universo miente, porque tampoco sirve de mucho si después de haberlo hecho no se sabe regresar a casa.

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