martes, 29 de noviembre de 2011

Un palacio para la princesa Aixa


Me perseguían haces de luz volviendo a casa, como si me estuviera escapando de una cárcel por la noche, saltando alambradas y oyendo (cada vez más cerca) ladrar a perros ociosos que por fin se despiertan al olor de la sangre. Quizá fuera que yo caminaba deprisa y atravesaba el área de influencia lumínica de las farolas sin darles tiempo a reconocerme. Hacía frío pero yo no lo notaba, hay lugares debajo de la piel que arden incandescentes de deseo y de inferno.

Tenía cara de bruja; de bruja mala de cuento que acaba mal y sin embargo sus ojos eran tan limpios que podías vivir en ellos una vida y otra, y otra, y otra... Se llamaba Aixa y por sus venas corría sangre celta, era la última de una extirpe de bosques y leyendas, de cuevas insondables y de monstruos agazapados en las sombras. La luz de la luna era la liana por la que descendía todas las noches hasta mi cama. Ambos sabíamos que era demasiada suerte la mía y que la suerte ha de ser siempre la justa (ni mucha ni poca) para que no queme. Conocía la lengua de las libélulas y se paseaba desnuda por mi casa sin importarle que mis gatos arañaran la estela que dejaba por donde pasaba. No fue la mejor época de mi vida porque tenía tanto miedo a perder esa magia que podría decirse que bien pudo ser la peor época de mi vida.

Una noche no llegó a casa, me llamó desde una cornisa encantada, a punto de emprender el vuelo, a punto de saber si la gravedad se agrava con el peso de los cuerpos. Me llamó para que la salvara o para que supieran encontrar la silueta de tiza en el asfalto. Fue una noche eterna de kilómetros al teléfono. Llegué a tiempo con el destino metido en una bolsa de plástico, la abracé y pasé toda la noche junto a ella. "Es la luna llena. No sabemos qué pasa" dijeron los médicos, y como idiotas miramos todos a través de la ventana la redondez desnuda de la cajita abierta de Nivea en el cielo, como si a alguno le entrara algún deseo extraño que pudiera explicar al resto y que desentrañara el misterio de las despedidas.

Pasaron unos días. Me llamó algunas veces, sus palabras estaban llenas de silencio, alguna vez paseamos a la orilla de la playa, nos rebozamos de arena sin querernos, hasta que un día se fue de verdad, es decir, hizo las maletas y se mudó a otra ciudad donde no la conociera nadie, ni siquiera yo. Es bueno olvidar, incluso a veces sientes que es mejor para todos que te olviden.

A veces me llama. Yo soy más de palabras dichas que de letras escritas, sé que siente vergüenza de que las cosas le vayan tan bien sabiendo que a mí me van tan mal pero lo disimula, me dice que me echa de menos, pero sé que no cambiaría nada y en cierta forma eso me decepciona más que si no me llamara ya nunca. Deduzco que ha olvidado el lenguaje de las libélulas y apuesto a que no se desliza jamás por la enredadera que baja de la luna hasta las sábanas del hombre que la habita.

Y muchas noches pienso en aquella noche y no se me quita de la cabeza de que fue el inicio de todos mis problemas, que esa noche en lugar de salvar su vida, acabé de una forma que no entiendo, con la mía, apenas dos o tres personas saben la historia, aparte de ella y yo, la memoria se deshilacha hasta dejar de ser algo consistente y reconocible. Fue como si me hubiera traspasado algo, como si me tocara el hombro y me dijera "la llevas" y yo no supiera qué hacer con ello, ni dónde enterrarlo o a qué mar arrojarlo.

Tenía cara de princesa, de princesa que no encontraba su palacio.

4 comentarios:

Daltvila dijo...

Me encanta la carita del gatito.

Deja de huir de tí mismo y sientate un rato, como dice Hécuba, a tomar un trozo de regaliz y yo agregaría, a quererte, a reconciliarte con la vida.

Anónimo dijo...

Me resulta familiar.

Liliana

Espera a la primavera, B... dijo...

Me gusta que te guste el gatito. En cuanto a lo de reconciliarme con la vida...

... vivo en una esperanza continua, en una esperanza vieja y demasiado usada. Ni te imaginas lo positivo que necesito ser en mi vida diaria, ni te imaginas las cantidades ingentes de risas que creo, ni cómo contagio esa esperanza.

Pero jamás daré la espalda ni me olvidaré de que yo no soy lo que aparento o proyecto, que soy el que necesita creer todos los días en que todo va a salir bien, de que mis principios van a chocar con los de otros que creen que todos somos lo que se ve.

No olvido que soy básicamente lo que siento, lo que pienso, lo que hago, y me jode caerme pero hasta ahora siempre me he levantado.

Y me siento más de lo que crees con los pies colgando sentado en un muro bajo, con una bolsa de chuches... y sí, en este blog saco lo que me duele, las cosas que sólo fueron parte de lo que pudo haber sido, y hasta de eso intento crear belleza, hasta con eso intento que en algún lugar, alguien se emocione... y tal vez, se entienda un poquito más.

Un beso, Dalvilie

Espera a la primavera, B... dijo...

A veces las cosas suceden y nos pillan en medio, a veces salimos con heridas de accidentes que nosotros nunca tuvimos.

Pero todo cicatriza.

Besos, Liliana