jueves, 21 de febrero de 2008

Un mundo mejor


Por las noches temblaba en una cama de hielo, me despertaba y solía sentarme a escribir en un cuaderno naranja acerca de ella. Mi vida... mi vida se iba por el retrete y yo no dejaba de pensar en ella. Sobre qué estaría haciendo en ese instante, qué pensaría de mí o mejor dicho, de si pensaría alguna vez en mí. Sabía que sí, que a poco que recordase el pasado estaría yo en un segundo plano, siempre yo, como una sombra, como un jodido ángel de la guarda que no se quiere ni se cree necesitar. Bien, ella recordaría y yo viajaría con ella hacia algún lugar en los rincones de su olvido, como un buzo bajaría a las profundidades en busca de mujeres-pez que me ahogarían irremediablemente. Ella... ella querrá olvidarme y no podrá, pero no como a esos amores fatales que es mejor borrar para que dejen de hacer daño sino como a esos errores fatales por los que sentimos vergüenza de haber cometido por ser demasiado jóvenes o demasiado ingenuos. Sin embargo, yo... maldita sea, nunca podré dejar de quererla.
Nunca tuve la sensación de soledad como la tengo ahora. Siempre tuve la multitud de la puerta de la discoteca, el ir y el venir de gente que entraba y salía. Siempre tuve un compañero en la puerta y alguien que quisiera entrenar conmigo en el gimnasio. "Si quieres hacerte fuerte entrena con el mastodonte, está loco, levanta la mitad del peso con los músculos y la otra mitad con la rabia que lleva dentro" decían. Era una bestia... hasta que la conocí.
Ahora estoy solo y es lo que quiero. Ahora es mucho peor que antes. Ahora es mucho mejor que antes. Ahora lloro por las noches y hablo cara a cara con el bicho con los pies colgando de la ventana. Pero no bebo. Ahora entiendo que beber es de cobardes, sólo es dar al bicho lo que él quiere. Es mucho peor mirarle a los ojos y saber que él es mucho más fuerte y que cuanto más te cansas tú más fuerte se hace él, es saber que él siempre estará allí y que llegará el día en el que tendrás que rendirte, que le suplicarás que se calle y entonces... entonces lo habrás perdido todo de nuevo. Cuando llegas a la conclusión de que él siempre ganará entonces ya ha ganado y no tiene sentido seguir luchando.
Eran las siete de la tarde y yo ya había comprendido. Me senté en un taburete frente a la barra de un bar del barrio viejo. Pedí una copa y me la quedé mirando durante un buen rato. Estaba cogiendo el vaso cuando entró por la puerta y por el rabillo del ojo vi que buscaba a alguien. Me vió enseguida y, con la precaución que tienen aquellos que son conscientes de que puede pasar cualquier cosa cuando te diriges a un loco, se acercó. Dejé el vaso en la barra, sin haber probado una gota. "Hola grandullón" me dijo. "Hola Cris".

Tenía catorce años y los ojos de su madre. Hubiese querido darle un gran abrazo, revolverle el pelo, hacerle sonreír... me alegraba tanto de verlo... sin embargo me quedé quieto, serio, tratándole de hacer entender que era una molestia." ¿Qué haces aquí? No es un lugar para un chico de tu edad" le dije. "¿Te has escapado?" le pregunté. Sabía que no se había escapado, no era un chico de esos. Seguro que le habría dicho alguna mentira a su madre de acogida para que estuviese tranquila y habría bajado al barrio viejo a buscarme. No le sería difícil encontrarme. Sólo tendría que describirme. "Un tipo brutal, así de alto y así de ancho". Y allí estaba, de pie, a mi lado. "No quiero vivir más con esa gente" me dijo. "¿Qué pasa? ¿te pegan?" pregunté. "No, es sólo que era más feliz contigo y con mamá. Os echo de menos". "Los servicios sociales no lo permitirán, Cris. Es por tu bien. Le quitaron la custodia a tu madre y no se la devolverán. Además, le romperías el corazón a esa pobre gente que te quieren como a un hijo. Ya hace cinco años que estás con ellos". "Quiero ver a mi madre. Díme dónde está" me dijo. "No sé dónde está, Cris". "Pues entonces, ayúdame a buscarla". Ví en sus ojos la determinación que provoca una desesperación enorme, ví en el fondo de sus ojos a un bicho que quería el alma de mi Cris, de mi niño Cris, vi las noches de soledad y el vivir en una casa extraña con seres extraños y mediocres. Ví que le amenazaba una futura vida sin sentido de la que sólo le salvaría el amor de su madre. Un amor esquivo, un amor tirano, un amor en el que él daría mucho más de lo que recibiría a cambio pero, al mismo tiempo, lo único auténtico que podría tener en la vida. Salvar a su madre, eso es lo que quería Cris. Un buen chico, mi niño ya no tan niño. ¿Se acordaría de los buenos ratos que pasamos juntos? "Salgamos de aquí". Y salimos. El camarero me dijo que le tenía que pagar la copa. "Si ni la he tocado" le dije. "Pero tendré que tirarla". Le pagué y salimos a la calle. Oscurecía. "¿Cómo vas a volver a casa?" "Como he venido, en el autobús". No sabía qué hacer ni qué decirle después de cinco años sin verle. La última vez que lo hice se lo llevaban los servicios sociales mientras a mí me esposaban entre cinco o seis polis y me metían en un coche patrulla. "Está bien, haré averiguaciones. No vive en aquí, se fue a otra ciudad. Le prometí que no volveríamos a vernos, así que yo no entro en el trato". Le acompañé hasta la parada de autobús cuando justamente llegaba el suyo. Me dio un abrazo rápido y subió al autobús. "No vuelvas a bajar solo a este barrio. Cuando sepa algo te buscaré yo a tí" le dije. Me dijo adiós tras los cristales con una sonrisa franca en su cara. Un buen chico, mi niño ya no tan niño; mi pequeño Cris.

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