domingo, 8 de noviembre de 2020

The Rider




No sé cuántas veces he escrito este post y lo he acabado borrando. Así que esta vez lo voy a dejar tal y como salga. Hace tiempo que me voy dando cuenta de que ya no soy ni la mitad de lo que era (o de lo que creía ser). Si las células del cerpo humano se regeneran todas en siete años más o menos, probablemente sea verdad y tú y yo somos dos seres distintos, con átomos dispersos por todo el universo, me pregunto cuántos, y sin nada que ver con las personas que se encontraron. 

Puede que para las células que ya no viven en nosotros, nuestra vida es algo así como una eternidad incomprensible, algo que existía antes y que seguirá existiendo después a ellas; una inteligencia superior que las ignoraba al mismo tiempo que no podía vivir sin una sola de ellas.

A veces pienso que la humanidad es lo mismo, aunque más que pensarlo, lo "siento". Si cierro los ojos puedo sentirme parte de ese todo al mismo tiempo que me siento infinitamente solo, sólo apenas consciente de que tarde o temprano desapareceré para dejar paso a otra célula con la que esa comunidad humana seguirá adelante sin mí.

Ya sé que no es nada original. Creo que madurar es saber que ya nunca serás original del todo; que al final todas las historias se parecen, que todos los textos escritos desde la primera pintura rupestre de la historia hablan, en realidad, de lo mismo, de traspasar algo que no comprendemos, como una célula transmite su información genética a la siguiente, pero que nos es imposible no hacerlo visible al resto y que, al comunicarlo nos volvemos un poco más conscientes de quién somos, de que no fue tan en vano haber vivido. Si destilaramos la esencia de todo lenguaje (desde las miradas al de las supercomputadoras, de las manos del alfarero a la inteligencia artificial) todo sería lo mismo: un océano hecho del mismo agua, inabarcable, con sus corrientes y temperaturas, con sus profunidades, con sus hielos, o como fondo en las fotos de tus pies con las que inugurabas el vereno.

Estos días me cuesta controlar lo que pienso. Me gustaría poder podar todos los automatismos aprendidos de generación en generación de células que nacieron y murieron en mi. Me gustaría creer que si aún escribo es porque aún cabe la esperanza de que un puñado de ellas tome el mando y cree un hombre completamente nuevo capaz de iniciar todo de nuevo, sin los prejuicios y miedos con los que mi yo ha ido anquilosando mi ser a esta realidad a la que, en lugar de servirme, rindo pleitesía cada día que al levantarme pongo los pies en el suelo.

Puede que, al final, este acto de escribir y decidir que no tocaré nada de lo escrito, no sea otra cosa más que seguir transmitiendo como esas balizas que señalan el punto exacto donde se ha producido un naufragio, pero también puede que sea una declaración de intenciones de ese grupúsculo de células que han decidido tomar el mando en pos de algo infinitamente nuevo. 

Porque todos los días son el primero del resto de nuestras vidas. Aunque nos quedaran diez días, o solo dos, o mil, merecen ser vividos como si algo dentro de nosotros se sublevara y se atreviese a vivirlos  como nos merecemos.

Sin excepción.

Como si no hubiera una segunda oportunidad.

Como si no pudieras reescribir una sola línea del texto que dejas ir.

Sin arrepentirte de no haberte arrepentido otra vez.

Sabiendo que es otro día más.


 

No hay comentarios: