viernes, 18 de septiembre de 2020

Más allá del cielo de los gatos.

 


Estoy seguro que cuando abrí la puerta de casa Ulises vino a recibirme corriendo con el rabo erguido para decirme "mira, me he curado del todo. Ya puedo saltar y correr como antes", y supongo que se extrañó de que yo no lo dejara todo en el suelo y me agachara a acariciarlo, que siguiera como si él no estuviera allí.

E imagino también que me siguió intentando rozarme las piernas, con cuidado de que no le pisara, hasta la habitación donde tenía su minúscula guarida y vio cómo me agachaba, mientras pensaba "¿qué hace éste? ¿No ve que no estoy ahí, que estoy aquí?"

Y escuchó que le llamaba "Ulises", y que le acariciaba la cabeza a ese fantasma inerte que sí estaba allí. 

No soy capaz de imaginar qué pensó Ulises al verme recoger su cuerpo y depositarlo en la cama, ni si sabía que significaba aquello; ni si se puso triste o sintió que aquello era el inicio de otro algo que no podía comprender aún.

Lo que sí sé es que cuando me vio llorar se acercó y se frotó contra mí con todas sus fuerzas y quizá sintió haberse muerto. "No puede hacer nada para quedarme a tu lado. Sucedió sin darme cuenta y no lo supe hasta ahora". 

Y si pudo leer lo que yo pensaba, en que no creí hacer lo suficiente, entonces entendió que le estuviese llevando al veterinario tantas veces durante las últimas semanas, o que le obligara a comer y a beber con aquella odiosa jeringuilla, y que me despidiera de él como si fuera la última cada vez que salía de casa.

No sé si pudo entenderlo todo; que todos estos años, cuando pude hacer algo y no lo hice: vender la casa, irme a vivir a otro lugar con otras personas, irme al extranjero, fue siempre para quedarme junto a él. Y que me compensó lo que recibí a cambio. 

A pesar de este último año.

No sé si tuvo tiempo de entender eso antes de emprender el viaje hacia el cielo de los gatos. Me gustaría creer que sí. Y que al pasar por la puerta del cielo de los hombres reconoció a mi padre y fue corriendo hacia él como cuando venía a mi casa. Y que jugaron. Y que decidieron adoptarse el uno al otro y quedarse juntos para siempre.




Porque si he sentido amor, si me he sentido querido de verdad, si al encarnarme en este cuerpo y decidir que ésta iba a ser mi vida tuve claro algo es que lo hice sabiendo que iba a experimentar esa camaradería de la que ya sólo me queda la esperanza de ir a buscar, espero que un lejano día, más allá del cielo de los gatos. 


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