martes, 23 de junio de 2015

Un viento se levanta


Cuando la conocí yo empezaba a buscar eso que siempre creí que pertenecía sólo a unos pocos magos. A mí, por aquel entonces, me costaba digerir tanta inocencia o, por lo menos, la veía pasar como se ven pasar las paradas cuando te has equivocado de autobús. Y pensé que tenía tanta suerte de que el tiempo se detuviera de esa forma que no creí que pudiera volver a ponerse en marcha nunca más...

Pero supongo que las cosas ocurren porque no tienen remedio y así, como con todo, con el tiempo he aprendido a no perder la cabeza. Yo creo que eso es un rasgo de la edad que juega siempre en contra: sobrevivir. Sobrevivir está sobrevalorado. Lo importante siempre fue arder hasta consumirse.

No sé cuándo lo olvidé. Supongo que al mismo tiempo que olvidé lo que era estrellarse.


Hoy hace diez años, es decir, cuando den las diez de la noche de hoy hará algo así como una década. Siempre hay un día en el que te cambia la percepción de las cosas, y sospecho que lo peor que puede sucederte es que en realidad cambien, aunque sea años más tarde, para volver al lugar de inicio y que tú regreses con él.

A veces la verdad contiene demasiadas mentiras.

Y las mentiras, demasiadas certezas.

Pero no puedo evitar sentir nostalgia. La tristeza que la provoca hace tiempo que dejé de sentirla.

La tristeza está también sobrevalorada. Es lo que te lleva a resignarte y la resignación a sobrevivir.

Y lo importante siempre será arder.

Como en una hoguera.

Hasta que no quede nada del pasado.

O hasta que muramos en el intento de asaltar las estrellas.

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