sábado, 9 de julio de 2011

Fantástico sábado


Sabíamos que iba a ser difícil, lo sabíamos incluso antes de que la niebla desapareciera, antes de que la humedad relativa del aire me partiera en dos el alma como a una cáscara de huevo. Sabíamos que iba a ser difícil, me pregunto si pude haberlo visto antes y mezclarme con esa niebla y vaporizarme con ella. Pero no pude. No supe, o pero aún, quizá no quise.

A día de hoy, si miro hacia atrás, cada uno de los acontecimientos que se sucedieron durante aquella época acabaron por empujarme un poco más y cada vez, hacia mi destino y, sin saber muy bien cómo, podría distinguir un plan maestro que yo ejecutaba sin conocerlo. Qusiera creer que el azar traza surcos en la vida de cada uno como si fuera un campo y siembra en él semillas que a veces germinan y en otras (la mayoría) no.

Me pregunto si uno está en disposición de saber, nada más verla, qué semillas darán buenos frutos o malas hierbas, si existe una forma de mirar, de entender, de sentir con la piel las cosas que a uno le suceden. Generalmente, después de estar pensando en ello durante un tiempo, llego a la conclusión de que no existe tal habilidad. Pero a veces, y sólo a veces, algo dentro de mí me habla, en una lengua que extrañamente comprendo, y me dice que explore en las coincidencias y en el entramado de casualidades que se suceden a lo largo de los días. No tengo más que decir que luego, y después de dudar de si no tendré algún transtorno de la personalidad que tenga que ver con voces dentro de la cabeza, acabo por obviar esas impresiones...

... hasta que pasado el tiempo y una vez ha sucedido algo, repaso esas intuiciones de que deheché. Y ahí están, en muchas ocasiones certeras como flechas. Me pregunto qué me lleva a hacer cosas a pesar de que la intuición me dice que no las haga, que no confíe...

Cada vez las desilusiones son menos. Cada vez, las desilusiones tienen menos de ilusión frustrada.

Y es que supongo que voy madurando. Quizá por eso nos guste tan poco madurar.

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