miércoles, 17 de noviembre de 2010

El rojo


Me cuesta creer que todo sucediera tal y como sucedió. Me cuesta creerlo porque yo también estuve allí y no lo ví venir. O tal vez sí lo ví pero no era consciente de qué papel estaba jugando en todo aquello. A veces la realidad es un decorado que no concuerda con cómo van vestidos los actores y uno acaba dudando de ambos y/o creyéndose ambos hasta que al final uno decice que está bien así, que alguien ha decidido que eso es lo correcto y no serás tú quien se haga más preguntas. Es pasmosa la facilidad con la que somos capaces de admitir situaciones imposibles.

Que el rojo me confesara que dejaba una tarea inconclusa me sorpendió. Hacía mucho tiempo que dejé de sentir simpatía por los de mi misma calaña pero al rojo le tenía una mezcla de respeto y sincera camaradería. Siempre supe que era un hombre sin conciencia y que era capaz de hacer cualquier cosa sin aparentar arrepentimiento o duda. Yo, en cierta manera, aprendí a mimetizar su formas, a veces pienso que todos aparentamos ser quienes no tenemos ni puta idea de ser. Podría decirse que fue mi maestro. Para ser un asesino es necesario aparentar que no te importa ninguna vida. Eso es lo que sucedía y eso es lo que el rojo nos mostraba a todos. El rojo era la muerte, todos lo sabíamos.

Aquella tarde el rojo se me confesó. No me miró a los ojos mientras me contaba cómo había llegado a ser un apéndice de la muerte. Soltó alguna lágrima, no por las vidas que había quitado, no por la suya perdida de antemano, lo hizo al abrir un baúl cerrado con candado en el que guardaba recuerdos de otra vida, quizá de otro hombre que ya no era; se quedó ahí un instante y lo perdí de vista como si se hundiera en una ciénaga de aguas putrefactas. Luego, probablemente, se dio cuenta de que yo era otro como él y se recordó que no debía mostrarse débil. Entonces me miró a los ojos y trató de indagar qué efecto había hecho en mí sus palabras. No sé qué vio, probablemente vio reflejado el hombre en el que se había convertido aquel otro hombre que fue. No quise engañarlo, le dije que todo aquello ya había pasado y que no se torturara, que el pasado es tan hijo de puta como el destino y que cualquiera hubiera hecho lo mismo en su lugar. Pero he de confesar que pensé que yo no hubiera hecho lo que él hizo. Incluso para mí todo aquello me sonaba demasiado sórdido y, sentí asco hacia él y todos los que se escudan en eso de que cualquiera hubiera hecho lo mismo. No. No es cierto, uno siempre tiene la oportunidad de elegir, uno siempre tiene la oportunidad de sentir dignidad. Y morir por ella.

1 comentario:

Marnie J. dijo...

sé que no tiene nada que ver lo que ha escrito con el comentario que le dejo. El video pertenece al momento justo que pasabamos por allí en su coche, el sonido es pésimo pero me gustó que ayer se acordara
http://www.youtube.com/watch?v=KL7fwl6J71o&feature=related