lunes, 30 de septiembre de 2024

Como si el tiempo fuese una excusa

 


Todos tenemos un gen raro dentro de nosotros. Algo que alguien puso decenas de generaciones atrás como quien deja un tesoro en una caja del tiempo para que se abra dentro de cientos de años o más. Solo que no queda nadie para saber qué es ni dónde está enterrado.

Todos tenemos un secreto al que pertenecemos; somos parte de la voz susurrante de un antepasado que llegó y tal vez se fue sin que nadie supiera a dónde, alguien que nos acompaña a través de los siglos, que nos dice una y otra vez que somos distintos al resto, que sobrevive en nosotros a eso a lo que algunos (casi todos) llaman muerte. 

Creo que a veces soy capaz de ver eso en la mirada de alguien, en el aura que dejan sus palabras cuando quiere contar una historia para que el otro sepa que su origen está enterrado en un constelación de señales ya olvidadas, y que sólo hay que unir para que tomen la forma que revele lo que significan.

La vi y lo supe. Supe que anidaba en ella ese brillo que tienen algunas personas cuando se les enciende desde dentro la llamada de lo ancestralmente invisible, la que chisporrotea al decirse en voz baja "éste si que va descifrar quién soy y de dónde vengo". Supe ver alrededor suyo una familia de espíritus que me animaban a entrar y dibujar el primer mapa de su cielo cartografiado a base de conjunciones y nebulosas imposibles. 

Lo supe y sonreí porque quizá sea esa la naturaleza de aquello que alguien depositó en mi hace un millar de generaciones, un gen (mi gen raro) que de vez en cuando quiere explicarse a sí mismo en la explicación del otro.

Sólo existe un lugar en el que descansar y sentir que eres descanso, un lugar vacío de átomos y subátomos, una vía láctea inversa donde no hay más materia que la que está hecha de sueños; sueñoa que a su vez están hechos de haces de luz que provienen de la cúpula agujereada que conforman los límites de lo que entendemos por tiempo.

Entonces, como por arte de magia, surge algo que va más allá de los sonidos. Algo dice sin haberlo pensado antes "tú y yo somos el mismo vacío, estamos hechos de contemplar el uno en el otro el sinsentido de la materia". Y lo dice mientras se escapa una estrella fugaz de la bóveda ardiente que cubre todo eso a lo que llamamos mundo y que, en el fondo, no es más que la última excusa para evitar la eternidad que nos espera.

Me gusta pensar que sabes de lo que te hablo, aunque probablemente lo sepas sin saber que lo sabes y vayas diez generaciones por delante de mí.

Por eso sigo escribiendo cosas aunque no sepa nunca si un día llegarán a ser ciertas



miércoles, 25 de septiembre de 2024

Siempre



 Si pudiera pedirle una señal al que agujerea el cielo nocturno para que se cuele a través de él la luz que nosotros creemos que son estrellas le pediría volver a verte.

Es más, si me estás escuchando, tira otra piedra a la cúpula del universo y crea otro agujero que sea sólo suyo y mío, uno por donde se cuele una del color de sus palabras, que sepa a ella, que huela como el rastro que deja cuando me da la espalda y se va a desde donde haya salido. 

Y que ella lo sepa. Sin saberlo y sin que nadie más lo sepa. Sólo el hacedor de impactos y yo; y que cuando nos encontremos ella me mire y me diga "pues ya puedes estar tapando eso". Yo le diría que ya no se puede, que es irreversible y miraría al Jefe, y éste escondería el tirachinas detrás de su espalda y miraría hacia otra parte y si supiera silbar, silbaría; pero creo que no sabe. Por eso tuvo que crear el viento y los árboles, para que hicieran ese sonido labial cuando tiene que disimular algo que ha hecho.

A mí me gustaría que un día nos viéramos y tú me dijeras que has leído mi blog y que no sabes quién soy en realidad, si el que escribe o el personaje que es escrito por mis manos, pero que te gusta y que quieres ser mi novia o la novia del personaje que vive a través de las palabras pegadas aquí. Y yo sería un hombre feliz y muerto de miedo al mismo tiempo, porque desde ese instante me preguntaría cuánto tiempo queda, hasta cuándo todo, y si seré el culpable de que un día dejemos de ser lo que sea que acabemos siendo.

Todo eso ya llegará, me dirá el Señor de los tirachinas. De momento, quiérela y busca una forma de que se sienta querida.

Yo sé que eso a veces no funciona, o no como uno quiere que lo haga. 



domingo, 22 de septiembre de 2024

El lenguaje mudo de los abarrotados espacios infinitos

 No sé si algún día leerás esto y si sentirás la sensación de que lo escribí para ti. No sé si alguna vez hablaremos de ello o si sólo seremos un recuerdo del uno en el otro, un pasado tras una puerta cerrada con llave. No sé si para entonces te habré dicho que hubieron señales aquella tarde de sábado, porque las señales existen y hablan a través de un lenguaje universal tan sutil que sólo se presenta a veces en forma de pluma que cae, de letra de canción que dice lo mismo que tú, al mismo tiempo o en el silencio acogedor en el que te muerdes el labio durante un microsegundo. 

Las palabras hablan de algo que no existe, nacen para describir un mundo al que podamos adherirnos sin caer en el vacío. Porque estamos hechos de vacíos, de huecos que llenar con los agujeros igual de vacíos de otros. Luego están los átomos y las estrellas, pero orbitan la nada, nadan como peces con lo poco que vibran dentro de esa nada.

Estos días pienso en que resulta extraordinario que sea lo sea que seamos, que nos hayamos encontrado en este infinito inhabitado que parece una marabunta cuando lo observas con la perspectiva de una distancia creada para obviar que apenas existimos. Me pregunto acerca de todo eso del destino, de si hay una única realidad que es esta o hay otras en las que aún, tal vez, no nos hayamos conocido, o en el que no nos conoceremos nunca, o en el ya nos hayamos conocido y no nos dimos cuenta de que recortando los bordes todo el mundo puede ser la pieza del puzzle que encaje en la del otro. 

Estos días estoy leyendo a Auster. Leer a Auster me pone melancólico, es la consecuencia lógica de leer a alguien que sabía de qué se iba a morir y aproximadamente cuándo. Eso me lleva a pensar que la vida no es más que obviar que un día dejaremos de ser átomos para ser otra cosa y que aún así seguir queriendo hacer planes y buscar la trascendencia en lo hacemos con lo que nos sucede. Me gustaría creer que cuando nos llegue ese día nos recordaremos con cariño, porque todo se resume en eso: en querer y haberse sentido querido, se resume en que en el momento que llegue el tránsito en el que nos releamos a nosotros mismos quienes fuimos y qué hicimos sentir, nos provoque la necesidad de dar gracias por haber vivido.

Y yo sé qué probablemente lo sienta al evocarte.

Suceda lo que suceda.

Porque un sábado hubo momentos en los que el lenguaje mudo de los abarrotados espacios infinitos me miró de frente con toda clase de señales una detrás de otra y pensé que el mundo era mejor con personas como tú en él.