Todos tenemos un gen raro dentro de nosotros. Algo que alguien puso decenas de generaciones atrás como quien deja un tesoro en una caja del tiempo para que se abra dentro de cientos de años o más. Solo que no queda nadie para saber qué es ni dónde está enterrado.
Todos tenemos un secreto al que pertenecemos; somos parte de la voz susurrante de un antepasado que llegó y tal vez se fue sin que nadie supiera a dónde, alguien que nos acompaña a través de los siglos, que nos dice una y otra vez que somos distintos al resto, que sobrevive en nosotros a eso a lo que algunos (casi todos) llaman muerte.
Creo que a veces soy capaz de ver eso en la mirada de alguien, en el aura que dejan sus palabras cuando quiere contar una historia para que el otro sepa que su origen está enterrado en un constelación de señales ya olvidadas, y que sólo hay que unir para que tomen la forma que revele lo que significan.
La vi y lo supe. Supe que anidaba en ella ese brillo que tienen algunas personas cuando se les enciende desde dentro la llamada de lo ancestralmente invisible, la que chisporrotea al decirse en voz baja "éste si que va descifrar quién soy y de dónde vengo". Supe ver alrededor suyo una familia de espíritus que me animaban a entrar y dibujar el primer mapa de su cielo cartografiado a base de conjunciones y nebulosas imposibles.
Lo supe y sonreí porque quizá sea esa la naturaleza de aquello que alguien depositó en mi hace un millar de generaciones, un gen (mi gen raro) que de vez en cuando quiere explicarse a sí mismo en la explicación del otro.
Sólo existe un lugar en el que descansar y sentir que eres descanso, un lugar vacío de átomos y subátomos, una vía láctea inversa donde no hay más materia que la que está hecha de sueños; sueñoa que a su vez están hechos de haces de luz que provienen de la cúpula agujereada que conforman los límites de lo que entendemos por tiempo.
Entonces, como por arte de magia, surge algo que va más allá de los sonidos. Algo dice sin haberlo pensado antes "tú y yo somos el mismo vacío, estamos hechos de contemplar el uno en el otro el sinsentido de la materia". Y lo dice mientras se escapa una estrella fugaz de la bóveda ardiente que cubre todo eso a lo que llamamos mundo y que, en el fondo, no es más que la última excusa para evitar la eternidad que nos espera.
Me gusta pensar que sabes de lo que te hablo, aunque probablemente lo sepas sin saber que lo sabes y vayas diez generaciones por delante de mí.
Por eso sigo escribiendo cosas aunque no sepa nunca si un día llegarán a ser ciertas