
Suena el teléfono (nº oculto). Sé que es ella. Cinco años sin tener noticias y tres llamadas en cinco días. Algo no cuadra. Y ese algo que no cuadra intuyo que es peligroso; es peligroso y tiene algo que ver conmigo. Volvemos a los viejos tiempos. Esos que nunca saben volver con dignidad.
"Sorpresa. Estoy en Londres" me dice. Qué más me da Londres, que Shangai que Sebastopol. No tengo un duro. No voy a mover un dedo por ti. "¿Qué haces en Londres?" le pregunto. "Vinimos a ver a los padres de Philip. Mañana celebrarán las bodas de oro. ¿No te parece algo increíble? cincuenta años juntos". Ahora entiendo las llamada, estaba preparando el camino, un camino que no sé a dónde me llevará, pero no importa; ella tampoco sabe aún a dónde conduce.
"¿Vendrás a Barcelona?" pregunto. Ella responde rápidamente "Y si fuera así ¿querrías verme? Cuando nos despedimos dijiste que no querías volverme a ver nunca más ¿recuerdas?". Tiene razón, demasiada razón, lo dije. Es el tiempo el que me va volviendo blando, el que encharca mi memoria, el tiempo es quien perdona todo, no yo.
"No nos despedimos, te fuiste. No me dejaste ni una nota. Bueno, me dejaste al gato aquél, seguro que ni te acuerdas, lo encontraste en la calle una semana antes. Menudo bicho más malo. El gato, quiero decir, me destrozó los muebles".
"No, no creo que vayamos a Barcelona. No se nos ha perdido nada allí. A Philip le gustaría aprovechar el viaje para tratar unos negocios y yo estaré unos días libre. Podrías venir tú a Londres" me dice. "¿Para qué?" pregunto. "Para hablar" contesta. "Ya estamos hablando, M"
Deja de hablar del viaje, habla de Philip, de sus suegros, de un cottage, de un caballo que ella monta todos los días, de su vida en Shan(j)ai, de sus amigos, de...
"Te aburres mortalmente M" le digo. "Todo lo que no tenga que ver contigo es aburrido ¿verdad?" suelta ella al otro lado. "Ambos sabemos que te aburres. Tú te acabarías aburriendo hasta de no aburrirte" digo.
"Puedo hacer lo que quiera, puedo comprar en una tarde lo que tú estarías toda la vida ahorrando sólo para comprarte el catálogo" dice. "Sí, claro ¿En serio puedes comprar lo que quieras? ¿puedes comprarme a mí para que vaya a Londres?"digo con sorna. "Por supuesto" dice.
"No, ya no, M." le digo "¿Estás con alguien?" pregunta. "Puede" en seguida que acabo de decirlo sé que la he cagado. "Así que no estás con nadie" dice. "Puede". Me duele ese puede, me duele porque sueño todas las noches que me despierto y puedo ir hasta el estudio y hablarle a la palmera del jardín de delante. Me duele que precisamente M tenga la oportunidad de hacerme daño.
"Eres demasiado bueno, mi niño. ¿Cuándo aprenderás que a las mujeres nos gustan muy malos?" dice. "Creí que yo te había gustado" contesto. "Tú tienes esa mezcla de peligrosa bondad, tienes esa capacidad de sorprender, pero siempre acaba por salir tu vena de boy scoutt y la acabas cagando". Quizá tenga razón, quizá sea esa la explicación a todo. No me preocupa que después de cinco años, en una sola frase haya hecho más que tres años de psicoanálisis. Debí creer a mi psicoanalista cuando me dijo entre risas que me curaría o me arruinaría. Era de los buenos y de los caros. Consiguió lo segundo a medio camino de lo primero.
"¿Qué soy yo? Toni ¿qué tengo yo que te atraigo?" "Que me atraías, querrás decir". Se ríe. "Si me prometes que quedamos, cojo un vuelo a Barcelona". "No te veré, M. Ni que adivinaras dónde vivo y llamaras al timbre" digo. "Veo que lo has superado muy bien, chiquitín" dice.
Sé que ahora esto se ha convertido en un reto, que me llamará desde el aeropuerto o que incluso averiguará dónde vivo y se plantará en mi casa. Pero no porque me quiera, sino porque nada ni nadie puede escapar a ella. Esta vez sí, esta vez yo ya he escapado. Pero no ha sido ni el tiempo ni el orgullo el que ha puesto tierra de por medio, ni mis llamadas que nunca respondía el día de su cumpleaños, ha sido otra cosa que no tiene nada que ver con ella, una casualidad podríamos decir; apareció otra persona capaz de sorprenderme, alguien que me enseñó a no ser ni bueno ni malo, sólo a ser yo, a curar mis adicciones. Y entre todas ellas me curó el odio que sentí por M. Se odia con la misma intensidad que se ama a alguien y ninguno de los dos sentimientos deja paso al olvido. Comprendí que había vida después de ella. Ahora todo eso ya no importa. Ahora sólo importa ese "puede" que supo a "no".