
Aterrizo como uno de aquellos aviones de papel que solía hacer volar cuando era niño. Entonces ya sabía que la aeronáutica no iba a ser mi modo de vida, y quizá entonces fue cuando empecé a soñar con ser algo que tuviera que ver con las palabras. El arte y oficio de fabricar aviones de papel era demasiado inexacto; para mí la exactitud estaba en las historias que leía en los libros.
¿Fui un niño solitario? En absoluto, jugué y corrí con los otros niños del colegio y con los del edificio donde vivían mis padres. Pasaba horas jugando en la calle. A pesar de ello, siempre viví como si viera el mundo detrás de un escaparate, como si mi vida fuese sólo mía y no cupiera nada ni nadie más.
Quizá por eso hoy aterrizo, con un golpe seco, cayendo de morro, como un avión de papel. Dispuesto a que me recojan del suelo, me echen aliento en la cara y tenga otra oportunidad para vencer la gravedad, para sostenerme a través del aire mediante un sortilegio que no había funcionado en el vuelo anterior. Aquel optimismo que de niños, nos llevaba a imaginar que lo que no funciona puede funcionar a la vez siguiente.
Supongo que la esperanza es eso: volver a tirar una y otra vez el mismo avión de papel, haciéndole cortes en las alas, atusándole la punta, poniendo celo para que las alas no se separen, arrancar una hoja de la libreta para hacer otro avión más perfecto, comprar una cartulina y doblarla, salir al balcón y tirarlo desde muy arriba y asomarse a la barandilla para ver como cae. Supongo que eso es la esperanza: perserverar con la ilusión de que en uno de esos vuelos iremos montados nosotros en el papel o que seremos el avión.
Llevo días sin poder escribir. Llevo días sin encontrar dentro de mi cabeza el camino de salida del laberinto. Mi vida ha entrado en una dimensión de realidad y yo no sé ser real. Siempre he sido un soñador de historias, un oyente, lector, imaginador, de personajes y de circunstancias. Siempre he sido un habitante del otro lado de la luna.
Necesito mi dosis personal de tristeza, necesito saber quién soy de vez en cuando, que se me derramen las palabras hasta que formen un charco escrito. Necesito saber que mi alma tiene ese espacio propio para poder observar el mundo con apresurada calma.
Las palabras me han servido para poder llegar hasta ti. De no ser por ellas no hubiese habido ninguna posibilidad de que pudiera salir de mi mundo y poder rozar el tuyo. Poder recuperar las palabras... necesito poder recuperarlas de nuevo, necesito que aquello que vivía en mí pueda volver a ser como antes. Necesito saber que aún me lees.