martes, 6 de junio de 2017

Como si pudiera vivir sin escribir...


Las frases se me escapan si no las escribo aquí. Se van a ese rincón de la memoria donde no hay cámaras de vigilancia que las descubran de nuevo. Se pierden para siempre, se olvidan así mismas como en una especie de suicidio literario. Yo no sé ya si dejé de ser yo en este intervalo de tiempo en el que no soy capaz de reescribir.

Estoy en Bogotá, esperando el vuelo a Barcelona, no me queda mucha batería. El trabajo está siendo muy absorbente. Siempre pensé que cuando funcionara el negocio lo vendería y me retiraría a escribir una novela.

Eso es una trampa, la piedra de Sísifo, No sé cuánto me queda de vida, pero no me gusta esto que estoy haciendo, va demasiado lento, demasiadas pideras en el zapato, demasiados demasiados, agotado de estar agotado, de distraerme, de ser otro que no soy yo, que vive una vida sin mí, sin el  la barbárie del bicho gritando y saltando por la habitación como un loco.

Echo de menos aquello. La locura, los días del miedo, los días de no ser demasiado bueno, los de las noches de insomnio, los de aún ser demasiado joven y demasiado mayor para casi todo.

Como siempre me disperso.

En ocasiones, me gustaría desconectar. Desconectar de todo. Perderme unos días, no ser ni estar, sólo la página en blanco y yo.

Entro demasiado en Facebook, no comento nada, sólo entro y leo.

Últimamente salgo a tomar vinos con amigos. No me gusta. Sólo lo hago por perder el tiempo.

Hace unos días que voy a CrossFit. A veces lloro, a veces vomito. Ahora estoy lesionado, volveré en cuanto pueda. El ejercicio extremo me vacía, me lleva a un estado de no sé muy bien qué suerte de paz. Esa paz que no logro encontrar porque el silencio me asusta hasta tal punto que debo llenarlo de ruido.

Es extraño que tenga miedo de lo que más deseo. Que evite todo lo que tenga que ver con alcanzar la paz, como esos perros que perdiguen un coche, pero que no sabrían que hacer si lo alcanzaran.


El miedo es un lenguaje universal que todos conocemos, sabe quienes somos, forma parte de uno como el tener calor o frío. Es tan poderoso que no hay nada mejor que él para sentirse seguro, porque si estás alerta sabes que tienes una oportunidad de salir con vida. Como si de esta vida se pudiera salir con algo distinto a la muerte.

Espero que el darme cuenta de eso sea el primer paso. el primer paso al que siguen muchos más. Todo se reduce a eso: a no dejar de ir hacia ese lado donde el miedo no te paraliza, donde no te domina.

Supongo que el bicho no es más que eso: aquello que sabes que podrías estar haciendo y no haces, la libertad de decir y hacer lo incorrecto, lo salvaje, lo humano. Eso es lo que nos distingue. No es la raza ni la clase social, es el comprender que el miedo no nos lleva a ningún lado, que somos fuertes, que tenemos un poder infinito dentro de nosotros que sólo se acaba cuando morimos.

El resto es morir en la orilla. Es morir todos los días en la misma orilla, perdernos la isla, sobrevivir al mar para no ser hijos del sol y la lluvia.

He hablado del miedo. Está mal visto hablar del miedo porque el miedo se confunde con la cobardía, y sí, ser cobarde es la consecuencia, a veces. A veces sólo es la excusa con la que nos conformamos. Ahora entiendo aquello de que ser valiente es sentir miedo y superarlo.

Releo lo escrito y pienso que no debería hber dejado de escribir. Se pierde el hábito.

La costumbre. Siempre la costumbre.

Lo más difícil de afrontar no es el miedo, es la costumbre.



2 comentarios:

hécuba dijo...

Y no dejes de escribir nunca.

Espera a la primavera, B... dijo...

Supongo que hay personas que te llevan a ello; personas que nunca lo sabrán. Escribir es gritar en susurros, es abrir con la llave de otro la puerta por la que entras a ti mismo.

Nunca se escribe para uno mismo, siempre se escribe para quien sabes que te va a leer.

Y eso, creo que es lo único que importa.

Lo que harás sentir a quien por azar te encuentre.

(Esté donde esté, sea quien sea, piense lo que piense)