domingo, 7 de agosto de 2016

Mil kilómetros para decir adiós.


Ayer estuve todo casi todo el día conduciendo. Salí a las seis de la mañana de casa y entré en el hotel a las nueve de la noche. Me equivoqué en un cruce y atravesé la sierra de Gredos por un carretera serpenteante y con precipicios a ambos lados. Creo que la llaman la calzada romana. Me gusta más coger curvas que recorrer kilómetros en línea recta. Supongo que es mi carácter, no sé, debo preferir lo complicado. Hay algo de riesgo en los trayectos desconocidos y abruptos que me atrae.

Me recordó a mi viaje por la costa desde Los Angeles a San Francisco. Me gusta conducir solo y a mi aire, parando poco, sin que nadie me moleste. Dicen que los hombres, al igual que los chimpancés, a medida que nos hacemos viejos tensamos cada vez más las relaciones con los demás.

Supongo que por eso pienso que soy un alma vieja: porque no me gusta mucho la gente en general, sólo unas pocas personas. No soporto lo cercano, lo inmediato, lo insustancial me desespera.

El caso es que ayer tuve mucho tiempo para pensar. Me pasé todo el camino triste sin un motivo que lo explicara. Llevaba días esperando una respuesta a una pregunta que nunca debí formular. Sé que esa respuesta ya no llegará a tiempo, porque ya me despedí; a decir verdad, me pasé despidiéndome casi mil kilómetros.

Imagino que uno se despide no de la otra persona, sino de lo que esa persona significa en su vida. Creo que en el fondo, uno sólo toma conciencia de que, en realidad, se cierra una etapa de años y que es mejor no insistir más. No deberíamos insistir más allá de lo necesario. Uno nunca sabe dónde termina la dignidad y empieza la mendicidad emocional.

Creo que lo que peor llevo es no significar nada, no dejar huella, morir para esa otra persona sólo para resucitar cuando le haga falta y volver a caer.

No sé si existe el síndrome de Quasimodo, el personaje de la novela de Víctor Hugo, Nuestra Señora de París, pero el caso es que me siento así, y supongo que, en el fondo, algo de razón hay. Y como el título de este blog, Quasimodo decide morir cuando muere su amor imposible Esmeralda.

Es decir, muere por ella.

No sé qué decir, una vez llegado aquí, creo que ya no hay nada más que contar.

Ésta era la herida.

Siempre lo ha sido.

En realidad, todo lo que he escrito se resume en esto.

Por eso escribo, por eso tengo la necesidad de escribir...

la necesidad de ser otro.

Creo que esa también es la razón por la que rehuyo el contacto humano, salvo contadas ocasiones.

El porqué siento esa animadversión por el género humano y al mismo tiempo siento la necesidad de ser aceptado como parte de él.

Nunca perdono, pero siempre estoy dispuesto a echar una mano.

Hasta mi casa tiene su propia torre de Nôtre Dame.

Quiero decir que, bueno, esto era todo.

No sé si acabaré publicando esto...



y claro, éste es el vídeo.

Aprendiendo a vivir con ello.

La última versión



Y no más giros de la rueda.



Sé que el tiempo abrirá de nuevo la herida, que volveré a intentarlo una y otra vez, que te encontraré y te perderé de nuevo.

Que pasaremos apenas unas horas juntos.

Que somos almas viejas.

Que mientras tanto vivimos vidas con más o menos sentido.

Que a veces se me hace demasiado largo todo eso de olvidar lo que en su mayor parte es (y debe ser) olvido.

En esta vida aprendí que siempre hay que aprender de nuevo.

Partir aunque no se sepa a dónde.

Abrirse a todas las posibilidades.



Que toda herida acaba por cicatrizar.

Que morir no es la muerte

y que la muerte no es morirse.

No me acostumbro a decirte adiós aunque lo haga todo los días.

Ni aunque sepa que, de una forma u otra, salvo muy contadas excepciones, me lees y piensas que soy un alma vieja.

al que tu alma ya conoce.

Ya sea en la otra orilla del océano, o sentados cada uno en su borde de la cama.

viernes, 5 de agosto de 2016

Siempre quiero verte



Hacía tiempo que no escribía dos posts el mismo día. He de suponer que agosto es lo que es y no puedo darle menos importancia de la que tiene; hoy es día cuatro y que como a quien le duele un hueso roto cuando va a llover, a mí me duele algo mal curado que tiene que ver con otro agosto... con tantos agostos que ni ya recuerdo cuántos.

Y ya sabes, las cosas siempre tienen un lado claro, un final feliz, un premio merecido, una segunda oportunidad...

Un llover sin llover sobre mojado.

miércoles, 3 de agosto de 2016

La indefensión aprendida



Supongo que empecé el blog por todo eso de que quería ser escritor y bueno, hice los cursos de la Escola d´Escriptors del Ateneu Barcelonès y empecé una novela... y mientras tanto la vida transcurrió a su aire y lo fui relatando con más o menos acierto aquí. Porque en estos ocho años y medio me han sucedido muchas cosas y muchas personas.

Cuando empecé el blog, no tenía ni idea de que iba a hacer tres patentes, que confiarían en mi tanta gente, que mis socios serían quienes son: no los conocía. Creo que tenía claro que quería hacer algo grande en el mundo del agua. No sé, supongo que siempre se espera ser algo o alguien distinto al que estás destinado a ser, o al que los demás quieren que seas. 

Todos los días son para mí un punto de partida. No sé cómo decirlo, mi vida se ha convertido en algo muy distinto a lo que era, y aunque soy la misma persona creo que soy una versión más mejorada de mí mismo en lo que a trabajo se refiere.

Sin embargo hay cosas que no cambian. El mes de agosto sigue siendo un mes malo, he elaborado muchas teorías al respecto, puede que sea el calor, o el no poder desconectar del todo, el poder hacer vacaciones quince días y no saber qué hacer con ellas. En agosto me vuelvo aquella otra persona que fui o solía ser. Me convierto en un ser triste, alguien que prefiere la soledad y al mismo tiempo la detesta.

Este mes de agosto empieza igual y con algo más de presión añadida porque nos han escogido para gestionar el aterrizaje de una multinacional farmacéutica en Catalunya y todo lo quieren para ya mismo. Así que es posible que no tenga vacaciones... luego montamos stand en Smart Cities en la Fira de Barcelona en noviembre, los equipos definitivos para salir al mercado en septiembre... 

Me gustaría creer que todo esto tiene un sentido.

Pero sé que no lo tiene.

Me gustaría pensar que detrás del tinglado que estoy montando habrá un retorno de alguna forma.

Como cuando quieres a alguien y esperas ser correspondido.


Supongo que aprendí, literalmente, a vivir sin querer ni que te quieran, y a llevarlo bien durante casi todo el año. 

Pero siempre llega agosto 

para pillarme desprevenido 

trayendo consigo eso que nunca supe entender y que algunos llaman indefensión aprendida.

Y a lo que yo llamo la espera.

La gran espera

Ese océano de tiempo en el que se mece el destino, que sin saber cómo, nos une a ti y a mí a través de una invisible eternidad de lugares y de nombres. 


lunes, 1 de agosto de 2016

Querido verano



No era negociable, y tú y yo lo sabíamos. Siempre fuiste una niña jugando a ser adulta y yo un adulto queriendo volver a ser lo que dejé de ser.

Todo final es, necesariamente un principio, y si te paras a pensarlo, vivimos siempre en uno u otro.

A veces al mismo tiempo, pero en lugares equivocados.