miércoles, 19 de febrero de 2014

Dicen...

Llámame ñoño pero este tipo de canciones me gustan... como me gusta "Cómo conocí a vuestra madre" o "Big bang theory". Igual estoy envejeciendo identificándome con personajes que tienen 15 años menos que yo.

Dicen que hoy en día la adolescencia dura hasta los 25 años.

Y que viviremos casi cien años.

Y que no tendremos una sola pareja

Ni un sólo trabajo.




viernes, 14 de febrero de 2014

Me he convertido en un fantasma más.


Tres llamadas, y seis whatsapps, yacen en el fondo de la pantalla de mi móvil. Sin abrir y sin contestar. A estas alturas de la noche ya sabes que no quiero contestarlos, sabes que he entrado y a qué hora lo he hecho. Probablemente te preguntarás a qué viene todo eso. Quizá un día recuerdes que escribía en un blog y puede incluso que recuerdes su nombre y lo busques en google; y llegues a este día y descubras esto que estoy escribiendo.

Si es así, lo entenderás todo y me llamarás cobarde. Y te darás cuenta de inmediato que más que cobardía fue cansancio.

Me gustaría creer que dejamos un mundo mejor que el que hubiera habido si tú y yo siguiéramos juntos ahora. No sé si alguien notará la diferencia, espero que yo sí.

Y aunque no lo creas, espero que tú también.

miércoles, 12 de febrero de 2014

No sé si prefiero la libertad a una cómoda ignorancia


Me llama después de mucho tiempo sin hacerlo. El whatsapp es mucho más cómodo y no deja que tiemble la voz aun cuando los dedos sí lo hagan. Nunca antes me había sentido tan conectado y desconectado al mismo tiempo, tantas horas al día, a un fantasma. Si cierro los ojos me cuesta recordar las enredaderas de su pelo o la luna ondeando a media asta en el pozo de aguas cristalinas desde donde solía mirarme. Siempre me gustó el tono con el que habla, su voz cadenciosa y pausada, la solidez de aquello que afirma, como si a cada palabra consultase un compendio de leyes inalterables en el tiempo y de las que ella tiene un conocimiento que nadie más tiene.

Al otro lado del teléfono su imagen se vuelve más nítida, hasta los fantasmas tienen curvas cuando su voz los delata. Apenas escucho lo que me dice porque sólo puedo pensar en cómo hacerle entender que casi lo sé todo. No soy de esa clase de hombres que admiten que las cosas se acaban para siempre y empiezo a sentirme mal por dejar que siga hablando, que siga dando por sentado mi ignorancia. Una ignorancia que terminó cuando el otro vino a esperarme a la salida de la oficina para ver quién era yo, para decirme que dejara de ver a su novia. Al principio creí que era un loco, uno de esos infelices que se creen con patente de corso porque una chica les ha sonreído dos días seguidos en el metro, pero entonces se me ocurrió poner cara de no saber nada (algo que era cierto) y le dije que mejor lo hablábamos en una cafetería (en la que no me conocen). Creo que no tenía planeado que yo reaccionara así, creo que quería encontrase conmigo como una advertencia o una amenaza, decirme que estaba dispuesto a luchar conmigo por ella, pero me vio en forma y con cara de no saber muy bien qué estaba pasando, y ante esa duda, quizá creyó que era mejor hablarlo de forma civilizada.

Resultó que el otro era yo, que la aventura que tienes desde hace meses era el hombre que me mira desde detrás de los espejos. Y entonces comprendí las no llamadas, las no contestaciones, los fines de semana desaparecida, los encuentros furtivos con la excusa de vivir tan lejos el uno del otro. Y el no dormir juntos más de dos noches seguidas, y las sábanas siempre recién planchadas, y los adioses sin remordimientos y ese sentimiento de soledad que no se me iba ni cuando estábamos juntos.

Y entonces sentí algo parecido a la lástima por el hombre que estaba dispuesto a luchar por ti, que estaba dispuesto a cerrar filas entorno a ti. Me pregunté si él seguiría creyendo a esa voz tuya tan segura de sí misma, o si algún día se daría cuenta que sólo la utilizas para esconderte detrás de ella. Y de otra forma, también sentí lástima por mí mismo, porque yo no era distinto a él, y probablemente en sus circunstancias hubiera hecho lo mismo.

Le dije la verdad: que no lo sabía. No le pedí perdón y ni siquiera se me pasó por la cabeza sentir simpatía por él. En realidad, llegó un momento en el que estaba fuera de mí mismo, viendo desde otra mesa a un hijo hablándole a su padre de lo mucho que le hacía sufrir la relación con su novia. Supongo que yo ya empiezo a parecer algo más viejo de lo que soy, o veo a los jóvenes más jóvenes de lo que jamás fueron. Y pensé en si desde fuera también te vería así a pesar de que eres mayor que tu chico real.

Sigues hablando por teléfono, quieres que nos veamos el jueves, susurras que te cuesta vivir sin mi tantos días al mes, y entonces, cuando voy a contártelo todo, te digo simplemente que el jueves no puedo, sabiendo que voy a empezar una cobarde cadena de excusas con las que te iré atando al desengaño, lenta y fieramente, buscando que seas tú quien acabe conectada a un fantasma cuya voz aprendió a mentir para no tener que servir a la verdad, porque la verdad es un veneno mortal que no tiene antídoto una vez se inocula en el otro, porque la verdad no te hace libre, sobre todo cuando uno hubiese preferido tomar la decisión de salir al bosque y huir de los ladridos de los perros.

lunes, 10 de febrero de 2014

Diez de febrero


Supongo que cuando llegue el día en que me muera, cuando mire hacia atrás y me arrepienta de haber perdido el rumbo, de haberte dejado escapar, de haberme dedicado a algo que no me gustaba tanto como para levantarme por las mañanas con la ansiedad de vivir, porque vivir es una fiebre o no es nada; supongo que entonces, cuando haga ese recuento final ya sin remedio, me acordaré de este día y quizá piense que pude haber cambiado las cosas y no quise hacerlo, aunque ahora esté seguro de que me gustaría cambiarlas.

Quizá el bicho no gritó lo suficiente dentro de mí o yo me acostumbré a él como quien se acostumbra a tener de mascota a un perro peligroso. A veces pienso que averiguar su existencia y querer domarlo fueron errores críticos o lo que es lo mismo, ahora siento que siempre necesité esa fiera salvaje para llegar hasta donde no hubiera retorno y no sólo como guía, sino para que me arrastrara hacia el abismo, porque si vivir es una fiebre, los abismos son nuestro destino.

Siempre, desde que tengo uso de memoria, hubo marcha a atrás, siempre pude volver al origen. No sé si la cobardía es precisamente eso: saber que siempre vas a controlarlo todo y a poder volver al punto de partida cuando la cosa se ponga fea. En ese sentido no me ha ido del todo mal.

Pero desde hace días el bicho se remueve dentro de mí. Como cuando un volcán va a entrar en erupción y aparecen columnas de humo nuevas, la montaña tiembla imperceptiblemente y los animales se inquietan y tratan de alejarse. Lo intuyo. No sabría decir el porqué ni el cómo, pero sé que algo va a salir rugiendo y rompiendo las cadenas. Me gustaría creer que esta vez es la definitiva, que esta vez voy a acabar por hacer algo grande.

Y tú no estarás ahí, no estarás porque yo no quiero que estés. No estarás sin más, no quedará nada más que la huella de tu cola lloviendo polvo de estrellas contra la atmósfera, y durará poco, serán esas luces que chisporrotean cuando avivas una hoguera. Sé que tardaré en acostumbrarme a tus no llamadas y a la ausencia de tus excusas poco o nada creíbles. Sé que el mundo será algo más frío y que todo será algo más lento que de costumbre.

Pero un día, probablemente antes del último, cuando piense en lo vivido sin que me apremie la urgencia de la muerte y me arrepienta de cosas que no hice, sé que me arrepentiré de este diez de febrero y sus vientos de cien kilómetros por hora, sabiendo que solté la cuerda con la que sujetaba las pocas esperanzas de que acabáramos juntos.

Como quien suelta una cometa y la ve alejarse envuelta en torbellinos.