lunes, 24 de noviembre de 2014

Y aunque sé que el tiempo no cura las heridas, ni las palabras sirven como bálsamo; ni que un nuevo amor hará olvidar otro antiguo, a mí escribir me sirvió para aguantar la respiración y casi olvidar lo que era vivir con miedo a perderte.


Ha pasado mucho tiempo, pero no tanto como para que pueda verla, sin esfuerzo, cuando cierro los ojos. Es más, todavía me despierto a veces notando su ausencia como un hueco, un agujero concreto y sin fondo por el que se pierde la luz que entra a través de la ventana del dormitorio.

Hace tiempo un amigo me preguntó si podía decir en una sola palabra aquello que ella se me había llevado y yo le contesté casi sin pensar que con ella se fue la alegría. Y esa respuesta me dejó perplejo porque hasta ese instante en que surgió la pregunta no me había dado cuenta de ello.

Supongo que las cosas son así y basta, que no hay que indagar más allá de lo que a uno le provoca un daño irremediable. A veces pienso que esa clase de dolor me gusta, que lo busco hasta que se me hace insoportable, como si sólo al soltarlo desde tan abajo pudiera aliviarme, como esos locos que bajan a las profundidades del mar a pulmón libre y casi mueren en el intento y salen a la superficie renacidos, vencedores de un reto suicida.

Supongo que hay personas que son como el océano, que estar junto a ellas es como sumergirse hasta que no se puede respirar, pero al mismo tiempo lo atraen a uno hasta que no importa la muerte, y supongo también que ella era una de esas sirenas a las que uno perseguiría hasta que le estallasen los pulmones y moriría con el alma feliz de haber intentado lo imposible. Me imagino que se llevó la alegría hacia las profundidades, a un lugar donde no se puede ir a buscarla sin la certeza de que es mejor no regresar. Al menos es lo que siento en la boca del estómago desde hace años.

Pero como ya he dicho, ha pasado mucho tiempo y ya sólo me despierto a veces con esa sensación de existencia incompleta, al fin y al cabo, la vida continuó y después de unos meses empecé a volver a vivir con la apariencia de quien que recupera sus hábitos y sus deseos. Y volví a ser el hombre que quería ser y construí ese mundo que siempre quise construir.

El destino me ha jugado malas pasadas, no te creas, me ha herido y me ha echado sal en las heridas; he fracasado en cumplir el sueño de mi vida y he resurgido de esa pesadilla con bríos nuevos, no siento cansancio más que cuando me vence la rutina, voy a por todas todo el tiempo, porque sé que al destino hay que mirarle a la cara y desafiarlo, y sin embargo, cuando cambia el tiempo, la única fractura que me duele es haber sobrevivido a ella.

Y aunque para mí siempre sea febrero, y el tiempo me trate como me trató ella, y siempre diga que fue ella y ambos sabemos que fui yo, hay días en los que no puedo menos que sentir que sigo por inercia, creyendo que esto sólo es un paréntesis tras el que todo volverá al mismo punto de inicio, quizá con otra sirena de cola pez que no se le parezca.

2 comentarios:

José A. García dijo...

La mayoría de las veces los 19 días y las 500 noches de Sabina sólo sirven para empezar a hablar del problema; uno que dura mucho más, que es imposible de cuantificar porque lo que realmente importa carece tiempo, pero no de intensidad. Por eso mismo es diferente para cada uno.

Saludos

J.

Espera a la primavera, B... dijo...

El problema no es empezar a ahablar, supongo yo diría que el problema es que todas las palabras no bastan.
Gracias J, por pasarte