miércoles, 12 de febrero de 2014

No sé si prefiero la libertad a una cómoda ignorancia


Me llama después de mucho tiempo sin hacerlo. El whatsapp es mucho más cómodo y no deja que tiemble la voz aun cuando los dedos sí lo hagan. Nunca antes me había sentido tan conectado y desconectado al mismo tiempo, tantas horas al día, a un fantasma. Si cierro los ojos me cuesta recordar las enredaderas de su pelo o la luna ondeando a media asta en el pozo de aguas cristalinas desde donde solía mirarme. Siempre me gustó el tono con el que habla, su voz cadenciosa y pausada, la solidez de aquello que afirma, como si a cada palabra consultase un compendio de leyes inalterables en el tiempo y de las que ella tiene un conocimiento que nadie más tiene.

Al otro lado del teléfono su imagen se vuelve más nítida, hasta los fantasmas tienen curvas cuando su voz los delata. Apenas escucho lo que me dice porque sólo puedo pensar en cómo hacerle entender que casi lo sé todo. No soy de esa clase de hombres que admiten que las cosas se acaban para siempre y empiezo a sentirme mal por dejar que siga hablando, que siga dando por sentado mi ignorancia. Una ignorancia que terminó cuando el otro vino a esperarme a la salida de la oficina para ver quién era yo, para decirme que dejara de ver a su novia. Al principio creí que era un loco, uno de esos infelices que se creen con patente de corso porque una chica les ha sonreído dos días seguidos en el metro, pero entonces se me ocurrió poner cara de no saber nada (algo que era cierto) y le dije que mejor lo hablábamos en una cafetería (en la que no me conocen). Creo que no tenía planeado que yo reaccionara así, creo que quería encontrase conmigo como una advertencia o una amenaza, decirme que estaba dispuesto a luchar conmigo por ella, pero me vio en forma y con cara de no saber muy bien qué estaba pasando, y ante esa duda, quizá creyó que era mejor hablarlo de forma civilizada.

Resultó que el otro era yo, que la aventura que tienes desde hace meses era el hombre que me mira desde detrás de los espejos. Y entonces comprendí las no llamadas, las no contestaciones, los fines de semana desaparecida, los encuentros furtivos con la excusa de vivir tan lejos el uno del otro. Y el no dormir juntos más de dos noches seguidas, y las sábanas siempre recién planchadas, y los adioses sin remordimientos y ese sentimiento de soledad que no se me iba ni cuando estábamos juntos.

Y entonces sentí algo parecido a la lástima por el hombre que estaba dispuesto a luchar por ti, que estaba dispuesto a cerrar filas entorno a ti. Me pregunté si él seguiría creyendo a esa voz tuya tan segura de sí misma, o si algún día se daría cuenta que sólo la utilizas para esconderte detrás de ella. Y de otra forma, también sentí lástima por mí mismo, porque yo no era distinto a él, y probablemente en sus circunstancias hubiera hecho lo mismo.

Le dije la verdad: que no lo sabía. No le pedí perdón y ni siquiera se me pasó por la cabeza sentir simpatía por él. En realidad, llegó un momento en el que estaba fuera de mí mismo, viendo desde otra mesa a un hijo hablándole a su padre de lo mucho que le hacía sufrir la relación con su novia. Supongo que yo ya empiezo a parecer algo más viejo de lo que soy, o veo a los jóvenes más jóvenes de lo que jamás fueron. Y pensé en si desde fuera también te vería así a pesar de que eres mayor que tu chico real.

Sigues hablando por teléfono, quieres que nos veamos el jueves, susurras que te cuesta vivir sin mi tantos días al mes, y entonces, cuando voy a contártelo todo, te digo simplemente que el jueves no puedo, sabiendo que voy a empezar una cobarde cadena de excusas con las que te iré atando al desengaño, lenta y fieramente, buscando que seas tú quien acabe conectada a un fantasma cuya voz aprendió a mentir para no tener que servir a la verdad, porque la verdad es un veneno mortal que no tiene antídoto una vez se inocula en el otro, porque la verdad no te hace libre, sobre todo cuando uno hubiese preferido tomar la decisión de salir al bosque y huir de los ladridos de los perros.

2 comentarios:

Mía dijo...

Es lo que tiene el apego tóxico...
Sigo sin perdonarte, pero la rebeldía no va a llevarme a nada...
Sigo en mis trece. Por estúpido que sea...
Cuídate.
;-P

Espera a la primavera, B... dijo...

La rebeldía siempre lleva a alguna cosa, Heidi.