miércoles, 2 de noviembre de 2011

El eco en el fin del mundo


Hoy volví a saber de ti. Tu nombre nombrado por una tercera persona, que ni tan siquiera me preguntaba, que si hubiera sido un dibujo sería uno de esos que hacen los niños pequeños, con hombres hechos de alambre, montañas, río, casa con tejado rojo y por supuesto, chimenea con humo.

Tu nombre en su voz, en palabras invisibles que se han desecho al contacto con el aire como los vampiros al sol. El alma de las palabras viajando descompuesta, inerte hasta mi oído, porque las palabras no existen desde que alguien las dice hasta que alguien las escucha, palabras que nunca dicen lo que quieren decir si no vestidas de mil matices, el verdadero significado de las palabras está en el silencio, como lo está hecho el universo, que es ese 99% de la nada que hay entre los planetas, las estrellas, las galaxias, pero donde actúa la fuerza gravitacional de infinitos cuerpos que buscan o el equilibrio estático o el precipitarse hasta fundirse con el cuerpo celeste que lo atrae y al que no puede resistirse.

Tu nombre en su boca, atraído por mí hasta la médula de mis huesos por una fuerza irresistible que debería repeler todas las sílabas de tu cuerpo-palabra, pero no sucedió así: tu nombre se estrelló contra mí como un asteroide contra un planeta pacífico que estaba hablando innecesariamente con esa tercera en discordia, que ni tan siquiera preguntó por ti, sólo afirmó algo, algo de ahora.

Casi inmediatamente supe que habías sido tú la que querías que supiera de ti, que habías abandonado la táctica de la llamada directa y habías decidido el ataque balístico intercontinental (es decir, desde tu casa, sin riesgos, a distancia) y supe también que no te importaba tanto el resultado como bombardearme. He de decir que no me lo esperaba, y que por eso, tal vez, no erraste el blanco. Estuve toda la tarde inquieto, distraído, diría que incluso confuso, puede que hasta tuviera ganas de llamarte, de preguntarte el porqué te comportabas así.

Pero luego se me ocurrió todo eso de los planetas, de las palabras, de la voz, y pensé que todo se debía a unas leyes universales. Que tú quisieras que yo supiera de ti y que a mí me doliera.

Y entonces salí a caminar y casi se me acaban los caminos. Mis pies pisaron, diminutos, la corteza de un minúsculo grano de arena en medio de un gran vacío, releí algun post antiguo y me perdí entre la nostalgia y la catástrofe. No supe (o no quise) ir más allá. Mientras, el universo giraba con una falsa lentitud. Cuando llegue, cerré la puerta tras de mí y me convertí casi por ensalmo a una nueva religión de cosas sencillas y escasas. Me pregunté si soportaría el tsunami que se acercaba a mi vida y si sobreviviría a él. Algo me decía que no casi al tiempo que me decía que aún no estaba decidido.

Las cosas cambian y se acercan al límite crítico y tú juegas a tirar bolas de papel desde la tercera fila. Me gustaría poder odiarte pero ya no me quedan fuerzas ni para eso.

2 comentarios:

Nada más importa dijo...

Es muy profundo lo que describiste, un sentimiento tan confuso como certero en el mismo momento en que comenzás a sentirlo, y a su vez, todo lo contrario.
Un entredicho entre quienes se deben todo y a los cuales ya no les queda nada. Ni para dar ni para recibir, ni para esperar ni para sorprender, ni para odiar ni para volver a sentir lo mismo.

Me gustó muchísimo como lo expresaste.
Escribís muy bien, y me encanta

Espera a la primavera, B... dijo...

Sigo estando confundido. Creo que lo estaré el resto de mi vida. Sé que me equivoco siempre y cada ocasa que pretendo...

Te doy las gracias, Nada. Cuando estoy abajo sólo me levanta el ánimo saber que en algún lugar a alguien le pareció bonito, le emocionó, dejó de estar indiferente durante unos instantes. Gracias por atreverte a escribir.