martes, 23 de agosto de 2011

Violento amor


Estaba desayunando en la terraza del bar de la esquina, un café con leche y un donut; tenía que haber pedido un bocadillo pero pensé que un bocadillo tenía más miga, más grasa, más de todo, así que pedí un donut que, aunque parezca mentira tiene más calorías que un bocadillo cuatro quesos con mayonesa, atún y aceitunas (pero si es más pequeño y pesa menos!!!).
Estaba sorbiendo el penúltimo pedazo de donut que se había quedado sumergido en el café con leche cuando de entre los coches que estaban aparcados en la acera surgió la diablesa como surge del mar Venus en su nacimiento a los ojos de Boticelli, sólo que en lugar de una concha gigantesca salió del esqueleto de un dinosáurio cetáceo, fosilizado más que por acción del tiempo, por la quemazón del mal sobre sus huesos, como si un microodas de maldad hubiera acelerado la tranformación de las entrañas de aquél desconocido y gigantesco animal en eterna roca viva sin vida.
Apareció la diablesa con su melena negra azotada por la brisa infinita del tráfico rodado y me abrasaron sus ojos de coyote y perdí el alma como esos autómatatas pierden la rigidez y los movimientos en cuanto se les acaba el tiempo a la moneda de turno. Creo que sonaron cadenas chocándose entre sí, o el bufido de una manada de bisontes suspirando al unísono por las praderas que ya no han de volver a habitar. La diablesa era un punto y final que nacía de entre un Renault Clío y un Ford Kuga, llevándose consigo todas mis esperanzas de poder ser yo alguna vez.

Los desayunantes de las otras mesas, lectores de periódicos deportivos, una señora que paseaba un perro feo y con un colmillo inferior sobresaliéndole de la boca (al perro se sobreentiende... bueno, dejémoslo), la camarera malcarada y mentirosa y el ficus de plástico de la entrada levantaron sus miradas (o una Zapateril ceja). La miraron a ella y después a mí, haciendo gala de una incredulidad salvaje, un "¿qué cojones está pasando?" fiero y violento como un león antes de pasar por su circense aro.

Me derretí como un kilo de mantequilla olvidada sobre un radiador (qué olvido más tonto o qué cabrona "coincidencia") y plantándose delante de mi mesa, de mi donut, de mis dos kilos extras de este verano, de la soledad de mi corazón que hace que me pegue a la primera que pase, de este alma que se pierde como lágrimas en la lluvia, se plantó, es decir que con un gesto o chasquido de dedos (no lo recuerdo) fue y me dijo: "Nos vamos para tu casa, niño de ojos verdes"... y yo pagué la cuenta y la camarera mentirosa me dijo algo así como "vaya panoli estás hecho" con la mirada. Y yo no le dejé propina, quizá dos céntimos hubiera sido lo correcto "humillación por humillación" pensé. Y me levanté y cogí a la diablesa de la mano y le pregunté por qué temblaba y me respondió que por no sé qué excitación antes de la batalla. Así que debí habérmelo olido, sí, eso que sucedió a continuación y que en lugar de amor era apenas una delicada violencia, debí pensar que el amor es el silencio que va justo después del relámpago y antes del trueno, que el amor es algo tan sucio que se le tiene que llamar de alguna forma corta y seca "amor" para que suene como un tiro.

Subimos a mi casa, la luz mortecina del descansillo siempre me pareció una guarida de fantasmas que me espían o graban vídeos para subirlos al Youtube del más allá en donde soy poco menos que una estrella mediática aunque sólo se me vea entrando y saliendo de mi piso rumbo del ascensor, a trabajar o bajar la basura, pero es que en el más allá supongo que la vida cotdiana es lo extraordinario y yo lo más anodino del más acá.

Nos arrancamos la ropa, rompimos las costillas al somier de láminas (coño, diablesa, que ya sabes de mis dificultades financieras...) y se me incendió la sangre dentro de mis venas ante el ardor de su presencia, me contagió alguna enfermedad del odio o de la selva, algo así como la enfermedad de la endiablada locura y nos agitamos el uno al otro como si nuestros cuerpos fueran cocteleras para bebernos luego ante la atónita mirada de los espejos, cuyo azogue se fundió y dejó de reflejar nuestras imágenes como si se hubiera convertido en mera fotografía o cuadro colgado, y ahora pienso que quizá así me quedé yo después de que la diablesa se fuera sigilosamente por la mañana, como si me hubiese embalsamado el alma dentro del cuerpo, y recordé sus ojos que apenas hablaban, y que me dejé llevar y que se me durmieron las piernas como si ellas hubieran dedicido que aquello no iba con ellas.

Y aunque soy un hombre hecho y derecho y tenía trabajo por hacer, vagué toda la mañana por el piso, distrayéndome con cosas pequeñas, obviando la verdad o la certeza de lo sucedido, y me senté al ordenador y empecé a escribir esto después de haber pasado por tantos blogs y haberme arrepentido de no haber escrito aún esa novela...

... y pensé en ti, tanto que no existe ni adjetivo ni complemento de cantidad que lo abarque. Porque hay cosas de mí que todavía no comprendo y sospecho que nunca entenderé por qué durante toda mi vida siempre pensé que la mejor solución, o la más rápida, la más deseada por la voz de mi conciencia fue la de vender mi alma al diablo, o en este caso mío, a una diablesa.

5 comentarios:

Daltvila dijo...

Espero que te hayas pasado el resto de la mañana escribiendo tu novela en lugar de pasearte por otros blogs...
Me ha gustado mucho esa mezcla entre humor y fatalidad.
¡Ah! Y el amor NUNCA es sucio, si lo es es que ha dejado de ser amor o que no llegó a serlo.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Deliciosa entrada, tiene su punto, su punto de... Como también delicioso cambio de chip, me parece está adquiriendo tu blog.

La foto del post anterior me encantó. Me recuerda a esas de cuando mis abuelos eran niños. La del post de hoy es también muy mona.

Espera a la primavera, B... dijo...

Hoy he perdido bastante el tiempo, la verdad, tengo una reunión mañana en donde me juego mucho pero ando bloqueado. Escribo poco últimamente. Supongo que no es lo mío.

Espera a la primavera, B... dijo...

Cambio de chip... no sabría qué decirte Amber, lo cierto es que quiero darle un cambio pero para ello debería cambiar yo.

Y creo que el problema es que me siento demasiado cómodo dentro de esta piel. Ese es el problema.

Un abrazo

Daltvila dijo...

Te deseo lo mejor para tu reunión de mañana.
Te sugiero que te inspires en Sophia. No sé si funcionará pero boquiabiertos seguro que les dejas.