domingo, 8 de agosto de 2010

Esta mañana, este silencio


Empezaron las vacaciones y me invadió de nuevo el insomnio, se pegó a mí toda la noche abrasándome de frío, la piel imantada atrayendo recuerdos, dejándome el cuerpo atestado de fechas y lugares, como las neveras de la gente que tiene un familiar que viaja mucho.

Más o menos a las cuatro conseguí dormirme, agotado de pensar en tí, en el porqué de ese silencio, en si, durante la última llamada, dije algo lo suficientemente terrible como para desencadenar, esta vez sí, el paréntesis definitivo sin el cierre, que llegaras a la concluisión y a la certeza de que es mejor dejar las cosas como estaban y en que estos últimos meses constituían la cartografía de un error fácilmente desechable.

Luego soñé. No soñé contigo, el duende que guarda la caja de los sueños es una amigo leal, sabe que puedes hacerme demasiado daño cuando no puedo razonar contra lo que siento, sabe que no debo hacerme ilusiones, que si aunque fuera en sueños aparecieras y me dijeras volvamos a estar juntos se desencadenaría en mí una alegría furiosa y mi alma se me escaparía del cuerpo y te iría a buscar a donde fuera. No, definitivamente, me tranquiliza no soñar contigo, pensar en ti todo el día ya me agota los suficiente.

Esta mañana desperté temprano, apenas habré dormido tres horas, tengo ojeras hasta en las palmas de las manos, tampoco he desayunado, demasiada insoportable pesadez del alma al caminar por la casa. Hoy hará calor, hoy bajaré calle abajo y quizá acabe durmiendo una siesta espectral y ponzoñosa, en donde no te colarás para decirme que todo fue un error, que en realidad, querías estar conmigo pero no sabes qué te pasó. Un error sin importancia, como una equivocación en un cruce y tras la que das la vuelta y regresas a ese mismo cruce y eliges, esta vez sí, la dirección correcta. Me temo que lucharé por no quedarme dormido, que sólo esa posiblidad, aunque sea en sueños me parece tan cruel como ese silencio de años y ahora, de semanas.

Y luego, tal vez, escriba esa entrada en la que empiezo una nueva vida, en la que, por fin, encuentro el camino y en la que se me da tan bien vivir sin ti a mi lado. Y puede que por un momento piense en otra mujer, en sus curvas y sus vaivenes, en mis manos sobre su piel erizándosele a su contacto, y tal vez, sólo tal vez, encuentre un sentido a eso de seguir adelante, un sentido que no tenga nada que ver con quererte, un sentido que destruya, de una vez por todas, esta ausencia, un sentido que llene el hueco que ha dejado tu voz, a la que tanto me acostumbré.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Por muy insoportable que sea su ausencia...dejándola ir...

Pero como?

LaCuarent dijo...

El tiempo traicionero y aliado te guiará por caminos dolorosos al olvido pero debes dar el primer paso soltándola de tu mente y de tu cuerpo para que poco a poco se desprenda de tu corazon.
Saludos

Anónimo dijo...

Subscribo al 100 por 100 el comentario de "40añera", si bien "soltar" a alguien que has querido de tu mente es tarea ardua, muy ardua en este difícl ejercicio que vivir y respirar limpio significa. Es arduo, sí, pero no imposible.

Te abrazo,

Amber