viernes, 16 de julio de 2010

El corazón chiquito

Ayer el hijo de la directora finaciera vino con su madre al trabajo porque no tenía dónde dejarlo. El niño en seguida de entrar en la sala, y después de otear a los presntes, se vino directamente a mí y me dio un abrazo frente a las cara de sorpresa de todos. Nos preguntamos los nombres y esas cosas, luego se fue para el despacho de su madre.

Mi compañero de enfrente me dijo una vez salieron: "Tío, se nota que te gustan los niños. Seguro que serás un gran padre". Yo pensé en decirle que era algo no buscado, que no sé por qué los niños vienen a mí con una confianza pasmosa, no dije nada, claro, aún nos estamos estudiando el uno al otro. Me limité a encogerme de hombros y pensé que los niños quieren juego y quieren límites y que, a pesar de tener un aspecto serio, se me da bien jugar y divertirme.

Hoy leía que los niños (esos consumidores bajitos) confunden sus deseos con sus derechos porque tendemos a darles todo lo que nos piden. Y no porque seamos unos blandos sino porque no los enseñamos a tolerar la frustración. La frustración de no conseguir aquello que desean. Reflexiono un rato sobre ello a la hora de comer y me pregunto si nuestro niño interior tolerará las frustraciones diarias y cuántos adultos tiran sus juguetes por no tolerar que no hagan lo que ellos desean que hagan y buscan otro juguete nuevo, así hasta el infinito, desgastándose en satisfacer un deseo que podría encauzarse en la gestión de la frustración de que el otro no está ahí para aguantárselo todo.

No hace mucho tiempo alguien me dijo que miraba a los niños de una forma "panoli". También la miraba a ella de la misma forma, creo. El caso es que sí, creo que sería un buen padre, un padre constante, un padre normativo y respetuoso al mismo tiempo. No sabría decir el porqué pero siempre lo he sentido así. Supongo que el niño interior que llevo dentro es muy social, mucho más que yo, y necesita saber que está ahí.

Tengo una necesidad, a veces incluso estúpida, de saber que no fallo a quien confía en mí, de que el mundo se rige por un sentido de responsabilidad hacia el otro, de que uno aparta las piedras afiladas del camino por si otro caminante pasa por allí descalzo. Tengo la necesidad de saber que me rigo por unos conceptos éticos básicos y me molestan las injusticias.

A veces uno hace cosas por consejo de los demás y ese consejo puede no estar libre de intenciones. Me gustaría creer que todos somos capaces de enfrententar tarde o temprano nuestros propios deseos, determinar qué y quién queremos a nuestro lado. Los niños no tienen esa capacidad de decidir (o la tienen a medias) pero los adultos sí, podemos decidir cómo y con quién (y hasta dónde).

Si sabes lo que quieres sigue hasta donde tu corazón te lleve. Si no lo sabes, busca el consejo de un amigo que no quiera nada de tí. Pero que entienda a tu niño interior, con el que puedas reír abiertamente.

2 comentarios:

Marina dijo...

Tienes toda la razón en que los adultos ven en los niños los fallos que ellos mismos están viviendo y enseñando. Hoy en día la frustración no la tolera nadie. Los divorcios, los antidepresivos y el consumismo constante tienen la misma razón de ser que las rabietas, los problemas de conducta y el fracaso escolar. Así que los padres que protestan, en general, tienen los hijos que se merecen.

Un post muy bonito. Y creo que si sientes de esa forma que serías un buen padre, probablemente tengas razón.

Un abrazo.

Espera a la primavera, B... dijo...

Sí, como decía el artículo estamos haciendo creer a los niños que sus caprichos son sus derechos. Y es que el sistema necesita ese "nicho" de mercado. El capitalismo salvaje tiene mucho de devorador.

Es importante que los niños no tengan carencias afectivas que llenar con cosas. Vamos, como los mayores, ni más ni menos.