martes, 2 de febrero de 2010

Brehitorndeimwairu


Me apoyé en el marco de la puerta, algo que nunca hago. Estaba desubicado, como si mi cuerpo estuviese en otro lado y yo allí, sosteniéndome por el simple convencimiento de que su imagen en mi cerebro me decía que mis ojos estaban allí, como una cámara, y por tanto yo con ellos. Pero mi cuerpo no estaba, probablemente seguía sentado frente al ordenador tratando de inscribir círculos en líneas, tratando de relatar una historia que nunca se dejaría atrapar.

A veces me sentía así, como en esa tarde; me invadía el miedo y el frío sin saber si el uno o el otro ocupaban espacios separados o por el contrario se mezclaban como dos colores para formar una sensación nueva que no tuviera aún nombre. Un frío que sabía a hielo seco y que hacía que mi lengua se pegara al paladar y como consecuencia de ello no pudiera abrir la boca. Un miedo que no tenía un objeto que lo desencadenara, quizá un miedo en general, pánico a estar vivo, y sobre todo, a seguir estándolo durante unas horas más.

Quien me conoce dice que no puedo esconder lo que pienso, siento, deseo, dice que soy el libro cerrado del que se pueden leer todos los capítulos. No negaré que soy lo que uno puede ver a simple vista, que no puedo esconder aquello que otros saben esconder, así que ella me miró y me vió caer o tal vez me vio ya en el suelo, puede que sintiera el frío o que sintiera el miedo, que se diera cuenta de que yo estaba en la habitación contigua peleándome con una línea en una pantalla. Lo cierto es que descubrió que puedo estar y no estar al mismo tiempo y que eso, que puede pasar como un fenómeno de prestigitador, es en realidad un ejercicio de desilusionismo.

La distancia me dolía, quise acercarme a ella, calentarme entre sus pechos, y un ejército de dedos la buscaron debajo de la camiseta y con ellos la esperanza de que volviera a ser yo uno solo, un solo cuerpo y una sola alma, pensaba yo que me reconfortarían sus manos en mi espalda, no pedía nada más, no pedí sus labios, no pedí que me comprendiera, sólo que me abrazara. Su mirada de disuadió de querer su cuerpo. Dijo algo, no lo recuerdo, tal vez que qué clase de hombre era o que nunca sería nada. Le agradecí que me confirmara los augurios que desde niño, mis profesores enunciban con saña. Dí media vuelta y volví a mis cosas, que nunca fueron mis cosas, sino herramientas con las que creía que podría fabricarme un hombre en el que habitar. No sentí lástima por mí como otras veces. No sentí nada, indiferencia tal vez, indiferencia por mí y por el personaje que había ido interpretando desde siempre. Nunca tuve la certeza como entonces de que yo era otro, de que yo no era yo y que mi vida no me correspondía. Me concentré en el plano y no me fui a la cama hasta que lo acabé, sobre las tres y media de la madrugada. Mi horóscopo decía, sin yo saberlo aún, que mañana tendría satisfacciones en el amor. Soñé con niños que reían despreocupados jugando en un campo de tierra roja, su risa me dolía, me molestaba sin saber el porqué. Luego soñé con con una desconocida que decía ser mi madre pero que no lo era, y también con un camino y un carro tirado por dos caballos grandes y gruesos.

Me desperté mientras mi horóscopo, ese que me prometía felicidad al alcance de mi mano sólo con estirarla, se acaba de fijar al papel de una imprenta. Mi cuerpo se encajó en mi alma o viceversa, me duché, me vestí, recogí el portátil y salí por la puerta sin saber ni dónde ni cuándo, ni cómo ni porqué, tenía ese sentimiento de andar por la vida como con zapatos nuevos, rozándome con las horas y los minutos hasta hacérseme una herida que sólo cicatrizaría si me detenía el tiempo suficiente como para que se cauterizara. Cogí el 17 y me bajé en una parada que no me correspondía, compré el periódico en un kiosko donde el kiosquero no me conocía pero me saludó como si lo hiciera de toda la vida. Busqué el horóscopo con cierta ansiedad: Serás feliz, decía. Sonreí al tiempo que empezaba a entrar en calor. Un gato blanco con el lomo anaranjado, tumbado sobre los paquetes de diarios a devolver, abrió un ojo y me miró sin interés. Pensé que hacía tiempo que no escribía, y los pulmones se me llenaron de aire fresco.

Aunque no lo creas pensé en ti, en mi vida antes y después de conocerte, pensé que te debo lo mejor de mí, que te debo una disculpa, un beso, un cuento, una carta de amor rabiosa y desesperada. Tal vez pensé que a no debía hacerlo por no quedar en evidencia, pensé (de eso sí estoy seguro) que te preocuparía saber qué pienso, ver que mi ficción está hecha de retazos de realidad pero no es la realidad del todo, que sólo puedo escribir sobre lo que no sé ni entiendo, así que decidí que te escribiría cuando mi cuerpo habitara mi alma o cuando, simplemente, me decidiera a ser yo de una vez por todas.


1 comentario:

Gata dijo...

Me gusta este post...me gusta la canción. Muy sincero, muy tú...
Eso te debería decir mucho ;)
besitos niño