viernes, 8 de enero de 2010

Las bicicletas



Supe casi de inmediato que me ahogaría en aquellos ojos azules. Podría decir que pude haberlo evitado y estaría en lo cierto pero llegado el momento no quise, así que seguí nadando hasta lo más hondo y allí sí, las corrientes me arrastraron hacia el fondo de un alma de remolino. Me acostumbré a su pelo alborotado de las mañanas, a su buen humor de las siete y cuarto cuando yo aún me debatía entre si permanecer entre mis sueños o dar una oportunidad a la vida para que me sorprendiera, para variar, con un buen día. Me dejé llevar por esa energía del que tiene la conciencia limpia con la idea de que yo también podría tenerla, como si al dormir aferrado a ella, todas las malas ideas se pudieran desvanecer como una mancha al contacto con un detergente de efecto erfevescente.

Ahogarme no fue difícil, lo difícil fue saber quién se estaba ahogando; lentamente me acostumbré a hacer las cosas por inercia, a no dejar reposar mi alma sobre las tareas cotidianas. Tuve que leer de nuevo algunos clásicos a los que ya pertenece mi alma para delimitar el contorno de lo que yo era, pasar alguna noche en blanco de nuevo, ver cara a cara el semblante del bicho y soportar que me gritara para saber que soy fuerte y débil al mismo tiempo.

Concurría la casualidad de que me salvaba quien poseía los ojos en los que naufragaba. Porque ella me salvaba de algo mucho peor que la muerte, me salvaba de la fantasía de que yo podía lograr todo aquello que me propusiera sin pagar nada a cambio. A veces es necesario detenerse y darse cuenta de que todo tiene un precio y ella era esa voz que, con su cariño, me hacía posarme suavemente sobre el duro suelo. Sólo tenía que vencer al bicho, sólo tenía que acallar al bicho.

A veces me gustaría ver en mí las cualidades que algunos dicen que tengo y que no se ven reflejadas en los espejos. Me gustaría encontrar un sólo texto del que estuviese orgulloso de haber escrito o toparme con alguien cuya solidez me devolviera la que dicen que a veces demuestro. Me gustaría tener valores, ser constante, no desear estar escribiendo todo el día y al mismo tiempo tener pánico a la página en blanco. Me gustaría ser coherente, me gustaría ser quien soy y hacer lo que deseo hacer. Sólo eso.

El bicho me dice que tengo que salir a la calle, a curtir la cara con el viento helado que se desliza por entre las esquinas de mi barrio. Probablemente será un ejercicio inútil que demostrará más estupidez que valor. Pero siento que lo necesito. Y necesito necesitar para reconocerme.

Además, tengo que comprar una pila para la báscula.


1 comentario:

hécuba dijo...

Unos ojos preciosos, no me extraña que te ahogases en ellos.
Un beso :)